¡No me hables, que no te veo!

Me da la impresión de que ya nadie escucha a nadie. Han proliferado los psiquiatras, psicólogos, abogados, internautas… Y es que el ser humano necesita comunicarse con los demás, pero nadie tiene tiempo, ni ganas de oír a los demás.

Nuestro “ego” ha crecido tanto que sólo tenemos tiempo para nosotros mismos, por eso administramos meticulosamente nuestro espacio de audición externa. Porque yo, mi, me, conmigo, para mí, mío, por mí, necesito, tengo derecho a, quiero y me lo merezco, ocupan toda nuestra atención a diario. ¿Y los otros? Allá cada uno con lo suyo; yo bastante tengo con lo mío. Estoy muy ocupado, no puedo permitirme el lujo de perder el tiempo.

¿Qué ha sido de las reuniones de amigos o de las tertulias? Recuerdo cuando nos reuníamos en ciertos lugares sólo para hablar y lo pasábamos “bomba”. Se nos iba el tiempo volando, no teníamos ganas de terminar y, además, sin gastarnos una peseta.

Por cierto, no necesitábamos un especialista para la introspección personal, para profundizar en nuestro interior y conocer nuestros traumas. Pero es que no teníamos traumas. Nos comunicábamos perfectamente, porque hablábamos el mismo lenguaje, el de la sinceridad, con una amistad sana, sencilla, y siempre con buen humor.

Claro que también había antipáticos, egoístas, estúpidos, orgullosos… Pero esos eran los menos, los raros, y se disipaban entre los demás, los “normales”. Hoy es imposible definir la normalidad porque hay muchas “normalidades”, formadas por “anormalidades” establecidas por ciertos “anormales”, que imponen sus criterios y sus normas de conducta, que la mayoría de las veces son insanas, antinaturales y desagradables. Infinidad de misántropos “pululan” a nuestro alrededor en posesión de la verdad, de “su verdad”.

También es cierto que hay personas enfermas, con necesidad de tratamientos específicos, y es una suerte contar con profesionales cualificados para ayudarles. Pero lo que me preocupa es el alto porcentaje de “enfermos”.

Los griegos utilizaban diferentes palabras para definir la enfermedad, según su etiología, física, psíquica o espiritual. La depresión y, por lo tanto, el consumo de antidepresivos es una realidad propia de los países desarrollados; es decir, de aquellas sociedades en las que sus habitantes tienen todo lo necesario, mucho tiempo de ocio, y se prestan poco (o nada) a compartir con los demás, a escuchar a otros.

He comprobado que dedicar diez minutos a una persona, en un momento determinado, puede cambiar su vida. El ser humano es un ser social. Necesitamos relacionarnos unos con otros.

JESUCRISTO, único modelo a imitar, siempre tuvo tiempo para escuchar a los demás, fuera cual fuera su condición social o su problema. Incluso, estando clavado en una mortificante cruz prestó atención a las palabras de un ladrón colgado junto a Él y le infundió ánimo en un momento tan crucial.

También ahora JESÚS nos escucha con atención. Siempre tiene tiempo; nunca está ocupada Su línea, ni duerme, ni está cansado para oírnos. Él nos conoce, nos comprende y está dispuesto a ayudarnos siempre. Sólo tenemos que acercarnos a Él.

Esta web utiliza cookies para que tengas la mejor experiencia de usuario. Si continúas navegando estás dando tu consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pincha el enlace para más información.

ACEPTAR
Aviso de cookies