Promesas

Realmente, somos muy torpes, tremendamente torpones, tropezamos una y otra vez en las mismas piedras, y seguimos sin evitar los dichosos pedruscos toda la puñetera vida.

Por ejemplo, la humillación continua, mantenida y persistente a un ídolo es muy mala para la salud, la mental más que nada; cualquiera que haya leído algo de psicología puede entenderlo. Si se quiere, que todo es proponérselo.

El caso es que tirarse una vida entera, que en principio se espera de madurez creciente, enganchado a esperanzas que no se van a concretar nunca, de promesas impresas en papel que nadie va a realizar jamás; una pena para el espíritu. Es como si un enfermo terminal de cáncer espera que un chamán indio le cure, con un soplo en la curcusilla, de todos sus males.

Jugar con el sentido común al escondite, al gato y al ratón, acaba llevando a los menos prevenidos a caer en idolatrías ajenas a la lógica o en esperanzas pueriles. La inmadurez mental es lo que tiene, que no se supera casi nunca si uno no quiere.

Leche, que hay quien pisa una chapineta de cocacola y ya se queda iluminado para toda la vida, y además pretende iluminar al resto de la peña. Como si una voz lejana y extraña les dijera que es parte de sus obligaciones para con el resto de los humanos.

Y hala, a dar la matraca para llevarse al huerto a los más despistados. Lanzan mensajes inconcretos, con lenguaje sencillo y habilidad de orador “por cuya boca salen palabras sabias “, se satisfacen a sí mismos con facilidad pasmosa. Otra cosa es que lleguen a alguien. Pero los puntos ya los han conseguido.

Tan atrevido e inconsciente parece que el sentido común choca tanto con ciertas formas de ver la vida como la tristeza de estar toda una vida absorto/absorta como si de seres iluminados se tratara, como si de estar viviendo en el siglo XV se tratara.

Esa es una buena cuestión para comparar: las gentes que vivían quinientos años atrás no tenían mucha información de lo que les rodeaba, de los otros, de los diferentes, de los lejanos, ni tenían muchas opciones para orientar su vida ni sus pensamientos, ni tiempo para desarrollar estos últimos.

La única opción de libertad se la daban los gestores de la moral establecida, la posibilidad de acabar su vida de sufrimiento y encontrarse en un paraíso deseado en la tierra pero nunca alcanzado era una meta que sólo se podía concretar con……la muerte. Ya tiene mérito convencer a alguien con los pies en el suelo que lo mejor le espera en su vida es la muerte.

Y sin embargo, a poco que se repase la historia, lo conseguían en la mayoría de los casos. Les llevaban a las guerras, les convencían de asumir los atropellos de los poderosos sin apenas quejarse, les instaban a trabajar toda la vida como esclavos a cambio de no alcanzar ningún derecho para sí mismos ni para sus hijos. A cambio de un final más que feliz , dichoso, sin penas y con abundancia. Promesas que sólo eran promesas.

La fascinación por historias truculentas con final feliz contadas con habilidad por un escritor liante es como una droga, que cuanto más tomas, más te enganchas. Y así se cierra el círculo, el recurrente círculo que tantos mártires ha dado (a decir por los más pillados) y que, dadas las circunstancias de miseria intelectual que esta época actual nos vuelve a traer, seguirá dando. Ese es el problema, que en mil años, que en quinientos años, no parece que hayamos avanzado mucho en según qué cuestiones, que seguimos
( algunos, no todos desde luego ) enganchándonos a idolillos de barro que prometen por escrito lo que casi todos sabemos no pueden cumplir.

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