El Carnaval aguileño a la luz del esoterismo tradicional

En la noche oscura, sin luces, por las laderas del promontorio coronado por el remozado fortín defensivo, desciende, en medio de la expectación y el silencio de la muchedumbre agolpada a su pie, una oscura turba salvaje, una procesión de “orcos” digna del “Señor de los anillos”, dominada por una bestia de hirsuta pelambre, fieras garras y agudos colmillos, que se agita y reparte zarpazos. La inquietante comitiva portaría antorchas, si se le permitiera hacerlo. La multitud prorrumpe, al verlos, en un griterío ritual: “¡Musonna-na, Mussona-na!”.

Esta escena no acontece en un remoto castro pagano de la antigüedad, sino que es el primer acto multitudinario, la consagración, por así decirlo, de la fiesta local por antonomasia: el Carnaval.
Una fiesta que es aquí mucho más que eso: es ilusión colectiva unánime, motivo de vida para muchos, razón de existir para algunos, festiva religión para casi todos.
Una religión con su liturgia y sus ritos, con su dogma y sus herejías.

Hereje, que no apostata, voy a ser yo en esta Mirada, amigo lector, si me das tu venia. No te inquietes aún, no voy a renegar de tu Carnaval, sólo te voy a dar de él una interpretación muy alejada de los dogmas al uso.

La descripción dada al comienzo tiene un objeto: enfrentarte, a través de una somera presentación objetiva, con lo extraño del ritual colectivo del inicio del Carnaval. (Porque todo eso del Cambio de Poderes y demás son meros actos de protocolo. No son parte del “Carnaval visceral” del pueblo).
El triunfo efímero de Don Carnal es el inicio oficial del Carnaval. Esa “santa compaña” de monstruos que baja de la “montaña” simbólica del castillo es su comienzo real. Por poca curiosidad intelectual que tengas, lector amigo, esto debería extrañarte.

Voy a ofrecerte algunas respuestas, originadas en la interpretación de la realidad del llamado esoterismo tradicional; el conjunto de conocimientos y sabidurías procedentes del núcleo “duro” de las religiones y las doctrinas iniciáticas. Ese cuerpo (corpus) de conocimientos es una metafísica, construida mediante una Tradición inmemorial y la intuición intelectual, sobre la base del sustrato espiritual de toda realidad que pueda conocerse o intuirse.

El esoterismo tradicional extiende y amplía la enseñanza iniciada por Pitágoras, Platón, Plotino, el taoismo, el sufismo o la cábala, y más modernamente continuada por la filosofía de la ciencia más actual.

Según la concepción esotérica, que evidentemente no puedo pretender exponer aquí con un mínimo detalle, el basamento de la realidad es simbólico y espiritual. Los símbolos y figuras que encontramos “dentro” de nosotros, en lo más hondo de nuestra mente, son los mismos que rigen la realidad física, supuestamente objetiva, que parece existir “fuera” de nosotros. Uno de los aspectos fundamentales de esa realidad espiritual de fondo es su carácter cíclico. El entramado de ciclos que observamos en la naturaleza y el cosmos no es más que la traducción a este plano “real” de esa condición cíclica trascendente.

La realidad- “la manifestación”, en lenguaje esotérico- sigue unas evoluciones cíclicas, que pasan de la fusión con el Principio Creador a su máximo alejamiento, para dar lugar después a un nuevo retorno al Origen. El alejamiento del Principio es entendido como una progresiva decadencia, en cuyo curso “la manifestación” va mostrando sus posibilidades más inferiores.

La etapa de máximo alejamiento del Principio es la era denominada “Kali Yug”, durante la cual “la manifestación” muestra sus posibilidades más bajas, aquellas que incluso se conectan y prolongan en los mundos inferiores o infernales. Pues bien, nuestros tiempos actuales corresponden a los momentos terminales de ese “Kali Yug” o “Edad del Hierro”.

Siento anunciarte, amigo lector, que el Carnaval es la fiesta del “Kali Yug”, y es la imagen anticipada de lo que será el mundo en el momento de máxima disolución, o alejamiento del Principio, justo antes del inicio de un nuevo retorno.

Te estoy anunciando, lector, y seguro que no me crees, y probablemente vas a dejar de leerme, por blasfemo y hereje, que el Carnaval es, ni más ni menos, la fiesta del Apocalipsis. Esa es su verdadera condición, simbólica y profunda.

Por eso el Carnaval es, en el fondo, una fiesta triste, trágica, desesperada incluso, y como tal se manifiesta allí donde alcanza su expresión más depurada y culta, más elaborada estéticamente: en Venecia.

Volviendo a nuestra entrañable Mussona: la “montaña” (y el promontorio aguileño del Castillo aquí hace las veces de tal) es simbólicamente un “axis mundi”; un eje del mundo, vertical, que conecta y enlaza los planos de la realidad, los mundos.

Los monstruos que “bajan” de la montaña simbolizan los poderes del caos invadiendo “desde arriba” nuestro plano de existencia, y manifestando con ese descenso una jerarquía espiritual invertida.
Una vez alcanzada nuestra realidad, toda ley, todo orden desaparecen. Ha llegado el Carnaval. Domina ahora la embriaguez salvaje de una libertad vivida como rebasamiento de todo límite, como transgresión sin término. Ha llegado la fiesta con mayúsculas, el fin de ataduras, compromisos, sumisiones, deberes; el reino de la sexualidad y el principio del placer imperan.

Es la seducción del mal vivido como despliegue absoluto del yo, a través de toda suerte de travestismos y máscaras. Por eso, por encima del sustrato profundo de tristeza, el Carnaval tiene una componente superficial eufórica; se muestra como pura catarsis liberadora.

La dimensión “maléfica” del Carnaval queda históricamente neutralizada por ser una fiesta eminentemente breve, que tiene lugar durante unos pocos días que, literalmente, “están fuera del tiempo”. También porque en el año litúrgico cristiano le sigue, como contrapeso de retorno al “orden”, la Cuaresma, mucho más larga.

No deja de ser curioso que, cuando en la Edad Moderna desapareció la “fiesta de los locos”, el antecedente medieval de nuestra Carnaval, la hechicería y los “sabbats” del satanismo adquirieron un auge extraordinario en toda Europa.

¡Mantén vivo el Carnaval, lector amigo, aguileño de pro, para que permanezca como Fiesta lo que de otro modo volvería como catástrofe!.

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