¿Naturaleza o convención? III

Como bien dice Salvador Montalbán en la última entrega de esta eternizada disputa sobre la Moral, “alcanzar el acuerdo es muy difícil”. Por ello, y a pesar de que espero que sea él quien ponga el punto y final al debate, doy por zanjado este asunto, sin que eso signifique que he tirado la toalla. Como no se trata de convencer a nadie y visto que nos encontramos en extremos totalmente opuestos, sigamos cada cual con nuestras ideas y que Dios reparta suerte.

Eso sí, al menos voy a defenderme de las acusaciones que, como ya es costumbre, me lanza, cual Gorgias rebotado, mi colaborador. Dice que soy un atrevido por hablar del sentido de la vida y que vuelo alto sin tener alas. No entiendo por qué le ofende tanto que hable de algo que es intrínseco a todos los seres vivos y que es algo natural. Desde que el hombre es hombre se ha hecho preguntas trascendentes. En lugar de ver pelis de los Monti-Python, que, es cierto, son cómicamente irónicas, le invito a que busque entre las páginas de los libros aquellas preguntas que se hacía el monstruo de Frankenstein cuando entre témpanos de hielo deambulaba perdido, cuestionándose “¿quién soy, de dónde vengo y a dónde voy?”. Reflejo del ser humano, el mítico ser no creo que fuera un atrevido, sino que humildemente fue capaz de conectar con su lado más humano. En cuanto a las alas, me confieso un temerario, pero no pienso dejar de volar, alto o bajo.

Hablando ya de la Moral en sí misma, mi argumento es que si uno defiende una moral relativa, en proceso de creación, no terminada, se aferra a una vida social sin principios a los que atenerse. Mi oponente cree que eso es lo que pasa hoy en día y pone ejemplos, totalmente reales en los que se ve qué pasa cuando el hombre actúa al margen de la Moral y en post de sus propios intereses, creencias o demás impulsos que él sitúa dentro de una bolsa sin fondo denominada “prejuicios de partida”. Y la verdad es que ocurre que en la sociedad actual, así como a lo largo de la historia, han habido circunstancias en las que el hombre se ha comportado de un modo amoral. Las Cruzadas, la Inquisición, la cobardía de los españoles sometidos durante cuarenta años… son casos que no dejan lugar a la duda. Sin embargo, yo no creo que esto sea porque no hay una Moral y tengamos que poner nuestro granito de arena para ir construyéndola, sino porque, a pesar de que existe, nadie nos obliga a aceptarla. Defiendo, totalmente convencido, que hay axiomas fundamentales, que además son tautológicos en sí mismos, y que el reto no está en inventarlos, sino en escuchar lo que Salvador Montalbán llama “sentido común”, y que yo, de la mano de Lutero, me atrevo a calificar como “conciencia”.

Dice Montalbán, para acabar su comentario, que hay quien prefiere que no haya normas generales, para así hacer de la convención global lo que mejor le convenga a cada uno, como el señor Bush y otros de su calaña. Y como bien señala, mientras esto sea así y haya quien marque más el individualismo que la generalidad, quien defienda las diferencias en lugar de la igualdad y quien crea que esta vida depende de lo que cada cual estime correcto, en lugar de aceptar unos principios superiores a su propia individualidad, es cierto, “no avanzaremos mucho en el tema de este debate”.
Por lo demás, querido compañero, ha sido un verdadero placer intercambiar estas opiniones, “aportaciones de dos atrevidos que escribimos en ratos libres”.

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