Artículo de Opinión: “Un banco en un parque cualquiera”

03-01

AUTORA: Isabel María Pérez Salas
https://elblogdeisaperez.blogspot.com.es

Camino por la calle en un día lluvioso.

A pesar de que ha dejado de llover, llevo mi paraguas aún en la mano, uno pequeñito que suelo llevar en mi bolso para días como éste. Mientras camino, sumida en las preocupaciones cotidianas que, imagino, tenemos todos, observo, a lo lejos, sentados en un banco de un parque cualquiera, a una pareja.

Ella, cabello blanco, rostro enjuto surcado por las marcas que deja toda una vida. Él, bastón en mano, apoya suavemente su mano derecha sobre el hombro de ella mientras le susurra algo al oído. Ella sonríe y se deja cortejar. Él, en un alarde de la confianza ganada a fuerza de vivir, le desliza suavemente un beso en la mejilla, seguro de que será bien recibido. Ella, sonrojada, le dedica su mirada más coqueta, y le deja hacer.

Desde lejos, donde me he parado a contemplar tan tierna escena, parecen decirse con la mirada que, a pesar de estar entrando ya en el invierno de sus vidas, sus corazones aún viven, aún sienten la ilusión del amor de juventud. Siguen sintiendo cómo su piel se eriza al notar la mirada del otro; las mariposas aún siguen bailoteando en su interior al rozarse sus manos. Aún esperan, impacientes, a que el otro se decida a regalar un beso.

Pasados unos minutos, él se apoya con firmeza en su bastón y se levanta trabajosamente del banco de aquel parque cualquiera. Con delicadeza, le tiende la mano para ayudarla a ponerse en pie. Ella la agarra con fuerza, levanta su mirada hacia los ojos de él y le sonríe con ternura.
«Gracias, cielo», parece decirle.
Él le devuelve la sonrisa mientras ella se alisa la falda, arrugada después de ese ratito de descanso. Él le tiende su brazo, y ella enlaza el suyo en un gesto ensayado una y mil veces. Juntos, despacio, atentos sólo el uno del otro, como si no hubiera en el mundo nada ni nadie más que ellos, se alejan, mientras yo me pregunto si, algún día, me sentaré en un banco de un parque cualquiera junto al amor de mi vida y, si ambos, nos miraremos con ternura las arrugas que la vida nos haya ido dejando; si nos regalaremos algún que otro beso y nos sonrojaremos dejando que nuestras mariposas vuelen libres al rozarse nuestros cuerpos envejecidos en el ocaso de nuestros días.

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