La gran colección de retratos de “Don Pepe”


En la primera parte de estos tres blancos y negros dedicados a la vida y obra del famoso fotógrafo José Rodrigo, hablamos de su biografía. En esta segunda parte, nos centramos, exclusivamente en los retratos que realizó a lo largo de su vida. Como bien refleja Manuel Muñoz Clares en su libro “José Rodrigo”, el artita fue componiendo pacientemente siete álbumes de retratos desde 1870 hasta 1876.

Entre estos álbumes suman en total más de 6.000 positivos originales, que le servían al maestro como muestrarios en su taller como guías para el cliente. Sobre estos ejemplos los clientes podían elegir los modos de posar ante la cámara, escenarios y accesorios con los que iba a ser retratado.

Esta agrupación que cuenta con una gran variedad de retratos sirven además, para reconocer individuos de distintos registros sociales, que, en retratos individuales, en grupo o familiares, ofrecen una valiosa información complementaria para el estudio y caracterización de la sociedad lorquina del último tercio del s. XIX. Normalmente, el fotógrafo no buscaba a nadie para fotografiarlo, salvo en casos especiales. Lo normal sería que el cliente acudiera para fotografiarse y una vez que lo había hecho desapareciera, dejando tras de sí una imagen anónima. En su colección, podemos observar curiosas imágenes de individuos o jóvenes parejas procedentes del campo o del medio urbano. Para los primeros, el fondo pintado del retrato es agreste o arbolado, en un intento artificial de reintegrar la figura a su entorno común. Mientras, que Rodrigo, para fotografiar a los habitantes de la ciudad, utilizaba un fondo idéntico pero al que le añade balaustradas y cortinas. Un mismo fondo que al conjugarse con determinados elementos, se convierte en un campo, o en el interior de casas burguesas a través de sillones, sillas, mesas, jarrones o libros. Muchas de las imágenes suponen, pues, un esfuerzo escénico e imaginativo del fotógrafo para interpretar plásticamente la personalidad de los que se situaban delante de su cámara.

La fotografía siempre ha sido una práctica social de elite, por ello, para salvaguardar el derecho a la diferenciación social que las clases altas seguían reclamando, Rodrigo realizaba a través de los elementos en la fotografía la diferenciación de clases. Los retratos de nuestro protagonista caen dentro de lo que podemos clasificar como una fotografía amable que debía ser aceptada, entendida y consumida preferentemente por una clase media-alta y que sobre todo tenía que ser consecuente con él mismo.

En aquella época, los fotógrafos situaban sus talleres en los centros urbanos de cierta categoría, y dentro de ellos en barrios acomodados, nos encontramos en un momento en el que la fotografía todavía no había alcanzado los niveles precisos de popularización. El 50% de los retratados por Rodrigo pertenecen a clases urbanas de cierto nivel económico. El costo de las fotografías se abarata en 1854, cuando Disdéri lanza su “tarjeta de visita” y baja el precio de los retratos, permitiendo el acceso popular a la imagen. Hasta entonces, las grandes fotografías de estudio o los costosos daguerrotipos suponían una barrera económica infranqueable para la mayoría. Respecto al costo de los trabajos de Rodrigo, posiblemente desde sus inicios en los años 60, había adoptado esta modalidad económica de retrato. Una fotografía de 6 x 9 centímetros, aproximadamente, montada sobre un cartón de parecidas dimensiones con los datos del fotógrafo en la parte posterior. La reducción del coste de la fotografía permitió que un 20% más o menos de los personajes de sus álbumes representen a las clases sociales lorquinas más deprimidas. (campesinos y huertanos, jornaleros, obreros artesanales o de las escasas industrias entonces existentes, etc.).

Para el caso que nos ocupa de los retratos finales del s.XIX, el reconocimiento de indumentarias, de objetos, de la colocación de los propios accesorios por el fotógrafo de la posible relación de los diferentes personajes en retratos múltiples, nos llevarán a identificar con bastante precisión oficios, status económicos, agrupaciones sociales de diferente carácter, etc.

Entre las imágenes localizadas se encuentran albañiles, carreteros, carpinteros, aguadores, limpiabotas, etc., oficios de baja cualificación, y de alta, abogados, médicos, músicos, militares y profesores, etc. Son especialmente significativas aquellas fotografías en las que aparecen niños desnudos, nunca son niñas y generalmente los acompaña la madre. Este hábito habla claramente por una preferencia por el sexo masculino que era aún más festejada cuando el niño era el primogénito. Otros retratos interesantes es el de las fotografías mosaico familiares, para las que se crea un marco especial dibujado. Los padres suelen aparecer en la cúspide y en orden cronológico descendente los hijos, no son usuales y parecen reservadas a personas de un elevado nivel económico.

En conclusión, podemos decir que el amplio número de retratos que dejó “Don Pepe” ha servido para ampliar los estudios sobre las clases sociales del siglo XIX.

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