Reflexión sobre locos y cuerdos

Visto lo visto, parece que las personas nos podemos dividir entre razonables y no razonables. Y es que la humanidad, engullida por esta puta crisis, el más que palpable auge de los fundamentalismos religiosos, la apología de la raza y la política correveidile, se ha dejado de medias tintas. Ahora se está o no se está, blanco o negro, y el tren pasa de largo ante la duda o el menor indicio de locura…
Por supuesto, todos queremos estar junto a la gente cuerda; pero, a pesar de ello, la historia que es zorro viejo, nos ha enseñado que hay un punto de inflexión entre la cordura y la locura, donde, a menudo, se deja entrever el genio. Pero vayamos por partes, ser inflexiblemente cuerdo siempre es aceptar un espejo social que nos lleva a razonar antes de actuar y a proceder bajo una conducta previamente determinada. Del otro lado está al que llaman loco, que es rechazado por su particular naturaleza, ya que sus acciones van contra corriente: navegar río arriba siempre es más complicado y menos entendible para el que se considera cuerdo.

¿Qué sería del mundo sin una pizca de locura? Tal vez estaríamos hablando de una humanidad clonada, maniatada y tan simplona como las reposiciones de La Primera. Así, la falta de cordura de muchos artistas ha poblado de magia cada rincón de este planeta. La aparente loca necedad de Miguel Ángel, en contra de los deseos de Julio II, nos dejó la majestuosa hermosura de la Capilla Sextina; los delirios de Dante Alighieri nos legaron La Divina Comedia y los desvaríos de Van Gogh nos regalaron por siempre, entre otras muchas cosas, sus hermosos girasoles.
Escritores, científicos o meros soñadores han padecido la, llamémosla enfermedad del “juicio social”, una demencia que les ha provocado ver más allá de su torpe vida de humano y llevar a cabo descubrimientos tan significativos para el mundo, aún en medio de su soledad y la denuncia por parte de los cuerdos, que rogaban a Dios por sus almas descarriadas. Galileo, Cristóbal Colón, Erasmo de Rótterdam, Tomás de Aquino y Kant, fueron considerados en su tiempo gente “non grata”, bichos raros cuyas ideas se ajustaban más a febriles confusiones que a una idea concebida a partir de la lógica.
El mismo Heráclito, apodado “el oscuro”, desde la caverna donde vivía, al sentirse observado como quien mira una avestruz por primera vez, decía a los curiosos que se acercaban: “Aquí también mora la sabiduría”. Suya también es la frase: “Nadie se baña dos veces en el mismo río”. Aquí, el filósofo defiende la idea de que todo cambia y hay que dejar espacio a la locura para poder prosperar. Las aguas han pasado, hay otras en lugar de las primeras y nosotros mismos ya somos otros.
Y es que, ¿Puede haber algo más irrazonable para este mundo que un mártir o un santo, remando contra la corriente de una sociedad que les marginó como simples bufones, como mercachifles de tres al cuarto, ilusos y poco creíbles?
El mismo Cristo, ¿No fue vestido por Herodes con el manto que se imponía a los locos, porque su doctrina tanto como su silencio se oponían a los paradigmas impuestos en la época?
Quizá, debamos plantearnos, que tras la paleta de nuestra meditada cordura, hemos de dejar escapar una pizca de locura, y así tal vez seamos lo bastante cuerdos para vivir realmente.

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