La Glorietica y su entorno

Comienzo con esto de la antigüedad, que no es otra cosa que cualidad de antiguo, como reza en el diccionario, que suscita sentimientos muy diversos por cuanto para unos es algo caduco y digno de desprecio, mientras que otros lo vemos como algo excelso, admirable y perenne ( La experiencia acumulada, la fuente que conjuga la ciencia del conocimiento).
En mi particular modo de ver las cosas, trato de buscar, en los albores de la vida pasajera, el argumento válido que despeje mi confusión, respecto a los recuerdos que el tiempo ata, y me permita concebir con ellos este relato más allá de los fatídicos años cuarenta. Frente a las entonces populares Escuelas Graduadas -donde aprendí mis primeras letras- aparece en mi memoria la singular figura de “La Glorietica”, como el eje del cúmulo de los recuerdos de mi niñez.
Por los hechos que acontecieron en su entorno, esta plaza popular de entonces, fue sin duda, el centro neurálgico de buena parte de las generaciones sucesivas de aguileños que deambularon por su emblemático jardín, buscando el sosiego y la oportunidad de respirar la fragancia de sus delicadas y perfumadas flores. De seguro que en la paz de aquel recinto envuelto en el tibio clima de serenidad codiciada, entre el olor perfumado de los heliotropos y las madreselvas, se llegaron a fraguar grandes amores entre las parejas de jóvenes que de continuo se citaban en tan estratégico lugar, coincidiendo con el repicar de las campanas de la cercana Iglesia del Carmen -conocida también, como la del Hospital. Era conocido por todos, que“Pedro el jardinero” y su esposa, que se encargaban de su mantenimiento, lo cuidaban como a su propia casa. Enclavada frente a Las Escuelas Graduadas “La Glorietica”, fue el escenario excepcional del divertimento de aquellos niños aguileños, que acudían a la escuela desde los distintos hogares del pueblo. Entre clase y clase, aquellos niños, bajo la vigilancia de sus profesores, practicaban sus juegos y correrías por las gradas de aquella modesta -pero valiosa- instalación, fortaleciendo su cuerpo y dándose a conocer entre el resto de sus amigos, circunstancias, que les servirían de referente y quedarían grabadas en sus mentes, para el resto de su vida El edificio de planta baja de la escuela contenía cinco aulas y un patio con los aseos y un grifo del que caía el agua sobre un pilón, que a penas conseguíamos salvar los más pequeños, cuando necesitábamos beber agua directamente del grifo.. Los niños ocupaban cuatro de las cinco aulas, cuyos maestros titulares eran: don Rafael Martínez, don Rafael Ribas, don Indalecio Campillo Ortega y don Francisco Ramírez. El aula cinco, la ocupaban las niñas, con doña Llanos, como profesora. Partiendo de”La Puerta Lorca”; dejándo atrás el Cuartel de Carabineros, la Taberna de Cristobal Benita y la Fragua del Montejano y otras tantas que no llegaría a enumerar, la fachada del “Almacén de los Fernández”, hacía frente con la calle Martí -más conocida como “La Cerca”, donde vivían “Los Vinateros”, Antón el gitano, “Los Soteros” , Rosa y “Mateo el del carro”; la tienda de “María del Rubial” y la peluquería de Antonio -esposo de “Antonia la Cañera”( popular comadrona del pueblo -que según supe después- asistió a mi madre en el parto de mi nacimiento), seguían en línea con el Camino del Cementerio para terminar en la casa de Ginés Asensio, que hacía esquina con la calle Asperillas, donde se iniciaba y recorría un trecho haciendo frente con la plaza. Junto a la escuela vivía el tío José Martínez, la Esperanza(La carnicería de la Esperanza). En la parte Oeste o del Calvario, la población era muy densa y, aunque algunas viviendas eran de construcción humilde, las personas que las ocupaban eran de toda moralidad y excelente trato. Citaré algunas aunque me gustaría citarlas a todas. La familia de Jaime el Calleja, Angel Sicilia, Salvador el Pacheco con su hijo “Perico Pedro” -mi buen amigo-; la familia Palencia, “EL Carraña”, “La Morenica” y la “Tia Estebana”; la familia de Ginés del Pan”, el Tudela, y tantas y tantas otras… La familia de Rosa Mota, hacía esquina con la calle San Diego que subía hacia el “Cañico de la Parra”, en torno al cual, se amontonaban los carretones en espera del turno que permitiera a sus dueños llenar los cántaros que portaban, cuyo preciado líquido, llegaba del depósito que había en el “Cabecico del Agua”, a través de una tubería -especie de viaducto- que se extendía desde la calle Alcantarilla a la de San Diego (/hoy Respaldo de San Rafael). Allí vivía el Licerán; en la esquina, Jerónimo Soler con sus familia, y unas casas mas hacia la cuesta, mi amigo y compañero en la Banda de Música, Lorenzo Asensio Carrasco y su familia. Algo más cerca del caño vivia la familia de Salvador Sevilla- conocido como “El Rojo Saevilla” un ¡hombretón! Y excelente persona.
En torno al Calvario, desde la calle Sepulcro, Goya y el inicio de la de San Diego.
Eran muchas y muy conocidas las familias que vivivía; aunque las recuerdo a todas, sólo citaré algunas de ellas para su constancia en mi relato: En la calle Sepulcro, la familia de José “El Mudo”, la de loa Cervantes, Salvador Guijarro,su madre y su tío Pepe -empleado del Hospital y hombre afable y bondadoso-,la del tío Joaquín de la Morena,la de Pitoño,uno de los varios cabreros que había entonces en el pueblo, la del tío Morote, abuelo de mi amigo, Antonio López Molina;en la calle Goya, la familia de “Martín Huevo”,la tía Eugenia y su hijo; al principio de la calle San Diego, la familia de Antonio “El Tomateras y su esposa Huertas”,la de Vicente Robles “El Jibao”, la del Méndez, la de Manuel Morales, la de Dolores “La Roja”, la de la tía Consuelo,el Clemente y su hermano Miguel”El Manco” y la de Juan el Tomateras (Tomateras viejo y con bigote) y su esposa la tía Encarnación Gilberte Piñero -hermana de mi abuela Concepción.
Después de todo esto, consciente de que entre el mundo de las ideas y el de las formas existe un abismo que sólo puede salvar la palabra; si casi todo se puede expresar con palabras cabalísticas que guían nuestros instintos y nos hacen ver la perfección de la belleza de las cosas, la tempestad que mora en mi cabeza, no me permite comprender el desprecio que los humanos hacemos de ese don divino, capaz de hacerlo todo más llevadero, en lugar de que la vida de los humanos siga siendo lo de ahora: una larga cadena de eslabones de hierro y de oro, donde los de oro se los apropian los poderosos y los de hierro se los cuelgan ellos mismos a los humildes y a los tímidos.
Para no hacer el tema más extenso, dejaremos el resto para encuadrarlo en el siguiente capítulo.
futbolistas aguileños de entonces.

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