Las gotas de la ira

La otrora fértil vega es hoy un secarral abrasado. Nubes de polvo ardiente se levantan, a impulsos de los turbulentos flujos ascendentes de aire tórrido. La luz reverbera, cegadora, en las rocas y laderas blanquecinas, desecadas hasta la calcinación por un sol inclemente. La vega aparece sembrada de esqueletos arbóreos, residuos casi minerales de madera negra y fósil, que nadie sería hoy capaz de ver floreciendo en una explosión de blancos y azules perfumando el aire balsámico de la anticipada primavera. Eso no es ya ni tan siquiera imaginable. La tierra agoniza en el fuego de un verano interminable. Junto a los campos muertos, abandonados a los escarabajos, las tortugas moras y los arbustos hirientes de filos y espinas, hay viejos pueblos agonizantes, y urbanizaciones a medio hacer, con hileras de viviendas vacías, inacabadas, coronadas por grúas plantadas en la tierra como herrumbrosas lanzas, o como horcas para titanes cuya ejecución se aplazó un día lejano, coronadas hoy por colonias de negros pájaros famélicos.

La ilusión emigró hace mucho de estas tierras dejadas de la mano de los dioses de la política. Hoy, casi deshabitadas por la fuerza implacable de los hechos, son una reserva; un modelo, el modelo ecológico de la desertización avanzada.

Si fijamos nuestra mirada en una erosionada, agrietada, vetusta autovía guarnecida de gasolineras cerradas y restaurantes o puticlubs de ventanas tapiadas, como parches en ojos ciegos, veremos una caravana de vehículos avanzando entre el polvo.

Son grandes vehículos oficiales, con banderines representativos flameando al sol. Hay uno con las estrellas de la Unión Europea. Otros llevan los distintivos de las nuevas naciones y estados recién integrados en la unión. Podemos reconocer los estandartes de la República Catalana, de la República Galaica, del Condado Independiente de Treviño, o, inconfundible con su hacha abrazada por una serpiente, de ese eterno aspirante a socio que es la República Popular de Euskadi, siempre vejada por el remoquete infamante de estado terrorista, adjudicado por las Naciones Unidas, lacayos como son de los Estados Unidos.

Por supuesto, en la comitiva no faltan los vehículos de la Monarquía Republicana Federal de Iberia, nominalmente liderada por una simpática dinastía de reyes populacheros y juerguistas.

Abriendo y cerrando la comitiva, avanzan varios vehículos blindados, con artillería automática de calibre medio.

La comitiva llega a la infinita extensión desolada de dúplex y chalets a medio construir, de calles trazadas y a medio ejecutar, que lindan con los campos yermos. Allí se detienen, y de los diversos vehículos descienden personajes ataviados como para una exploración o un safari, protegidos por un contingente armado de cascos azules. El presidente vitalicio de la Federación Monárquica explica a lo demás: “entramos ya en la gran reserva ecológico-desértica del sureste. Verán qué interesantes paisajes de erosión geológico-social avanzada se van a encontrar a continuación. Sólo les pido que sean prudentes. Aún sobreviven nativos de aquella antigua Autonomía Murciana tan hostil al socialismo, al progreso y a la distribución ecológica, natural de los recursos hídricos. Casi todos han sido desplazados a las Repúblicas Centrales, pero nunca se sabe. Aún puede quedar alguno por aquí”.

-”¿Pero excelencia, no le parecen excesivas estas precauciones?”
-”En absoluto. No quisiera, señores, tener que recordarles el triste suceso de aquella Asamblea Regional que reclamaba agua a la entonces Ministra de Medio Ambiente de nuestro régimen, recién establecido aún en aquella época. Fue cuando la ministra les propuso que, con su vertiginoso crecimiento económico, los murcianos podían permitirse acopiar toda el agua necesaria adquiriendo agua mineral embotellada, como la que les mostró en aquel momento sacando una botella del bolso. Reconozco que fue un gesto inoportuno, sobre todo el detalle de abrir la botella y rociar con ella a los allí congregados. Cómo les diría, “llovía sobre mojado”, si me permiten la broma, je, je.

Pero eso no excusa en absoluto la reacción brutal de saltar todos sobre ella en masa y hacerla picadillo. Pobrecilla, todo un carácter, una mártir del socialismo. Ratisbona, o Rabona o algo así creo que se llamaba.

En ese momento, señores míos, nos quedó muy claro que esos bárbaros de Murcia NO NOS VOTARÍAN JAMÁS, Y ACTUAMOS CON ELLOS EN CONSECUENCIA. Con talante, con mucho talante, según mi costumbre.

Así que lo repito, protéjanse. ¡Ah, y si sale alguno y les pide agua, está terminantemente prohibido darle una gota!”

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