EL MAESTRO MAS ANTIGUO DE LA HILAZA DE ÁGUILAS

hilador
Por Juan Fernández López

A mi amigo Alonso Pelegrín Pérez, el maestro más antiguo de la hilaza, de los que viven en Águilas.
Bienvenida sea la imaginación que nos permite extraer de la memoria hechos del tiempo pasado tan importantes como los que hoy traigo a estas líneas que, todavía, no me ha borrado el tiempo.

Más allá de los años de mi ya lejana adolescencia, conocí a mi buen amigo Alonso Pelegrín Pérez, viviendo en su casa familiar con sus padres y sus hermanos, entre los que se encontraba su hermano Pedro, que llegó a desempeñar un alto cargo en la Armada Española; escritor de libros de los que guardo un ejemplar dedicado a mi nombre, y persona muy querida en la Tertulia de la Peña de la Amistad, con su Presidente D. Antonio Sánchez Cáceres y con tertulianos tan ilustres como mi buen amigo, D.Antonio Chazarra Gallud (ambos descansen en paz).
Su casa, ubicada, entre el ”Lavador” donde las mujeres lavaban la ropa en grandes pilones con el agua que sacaba la noria que giraba una mula de las de la “Huerta de Manuela” y, la contigua, que ocupaba la familia del Ilustre erudito aguileño D. Alfonso Ortega Carmona (El Padre Ortega Carmona que hoy conocemos todos), que hacían fachada con la carretera de salida hacia Lorca y el Corralón de los Garrigas, donde en la báscula que había a la entrada, se pesaba el esparto verde que traían del campo los carros tirados por mulas con el que después, los obreros hacían grandes montones (las llamadas tareas que limpiaban y enmanojaban las emparejadoras para su posterior clasificación).
obreros
Aunque el esparto fue determinante durante un tiempo en la maltrecha economía de aquellos años, en nuestro pueblo, podemos convenir, sin desmerecer su importancia, que se trata de un tema muy manido para considerarlo hoy de plena actualidad.
Es por ello, que no vengo hoy a referirme al esparto como planta silvestre del Mediterráneo Occidental, ni tampoco para hablar de las altas mesetas previas al desierto del Sahara, entre el Atlas Teliano y el Sahariano, ni siquiera, para hablar de las zonas más áridas de la Península Ibérica donde se localizaba. Tampoco pretendo hoy hacer mención a la valoración que historiadores romanos tan importantes como Pinio, hicieron en sus obras sobre el esparto, ni de lo que supuso la aplicación de su uso tras las Guerras Púnicas.
Merece destacar el hecho de que el substantivo hilaza se hizo muy popular en los años del apogeo del esparto en nuestro pueblo, debido a que por ese nombre se conocía el gremio de los hiladores que hilaban el esparto.
Sin embargo, mi deseo de hoy no es otro que el de expresar gráficamente a través de estas líneas, los recuerdos que guardo en la memoria de los hiladores de aquellos años y, de forma especial, de los que me permitieron relacionarme con el gran “Maestro de la Hilaza”, mi buen amigo Alonso Pelegrín Pérez, profesionalmente conocido como el “Alonsico”.
Entre los hiladores de entonces, los había que hilaban el esparto crudo haciendo calamentos para coser las balas del esparto verde menos apreciado que se destinaba al embarque para el consumo de las papeleras que fabricaban el papel de estraza con el que -entonces- se envolvían los alimentos en las tiendas de ultramarinos. Además del papel, con el esparto, se fabricaba la tela de pana con la que confeccionaban trajes para vestir.
A parte de los calamentos, los hiladores del esparto crudo, -entre otros-, hilaban y corchaban -desde el ferrete a las garruchas- los calabrotes que usaban en los viveros las mejilloneras del norte de España.
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Los que hilaban el esparto picado y rastrillado hilaban las cuerdas, entre 2 y 4 hilos, en los variados calibres que demandaba el mercado que, en el argot profesional se conocían como: Filamento; Betas (nada que ver con la segunda letra del alfabeto griego); Güerlas; Piola de almadraba; Fislástica en bobinas para hacer alfombras y felpudos; Vencejos para atar los haces del trigo y cebada en los campos; Filete, de dos hilos de varias medidas y, amarradores de estopa para embalar el esparto picado.
Las jornadas de trabajo eran de sol a sol y, por lo que sabemos,los hiladores no usaban despertador para acudir a tiempo al trabajo; se servían del silbato del “Mixto” que pitaba al iniciar la marcha de salida desde la estación, a eso de las 6 de la mañana. A partir de esa hora, las calles del pueblo se inundaban de hiladores y menadores que, famélicos y tiritando de frío, caminaban juntos hacia su lugar de trabajo.
Lo primero que hacían a su llegada era recoger, en la caseta de los “mojadore”, la cruz de madera -con sus cuatro garruchas y sus cuerdas- para armar la rueda donde ambos iniciaban su jornada de trabajo; en los “mojadores”, los hiladores cargaban con un par de haces de esparto para iniciar la jornada, de los que habían mojado la tarde antes los encargados de hacerlo.
En el arte del hilado del esparto los hiladores demostraron siempre ser sufridores artistas que trabajaban a la intemperie de sol a sol, al ritmo frenético que les imponía tan trepidante oficio que, -ni siquiera- les permitía perder en sus carreras de ida y vuelta un sólo minuto de su tiempo, mientras soportaban el duro frío del invierno y el sol abrasador del verano.
A pesar de las penalidades que tenían que soportar en las idas y venidas de sus carreras, aquel grupo de niños y hombres admirables, vivían en cordial camaradería prestándose ayuda mutua de cuanto necesitaban, con la única rivalidad de que ninguno adelantara al otro en el número de cuerdas que hilaban diariamente.
Estas cosas importantes, relacionadas con el noble oficio de la hilaza, pretendo que queden hoy representadas en la extraordinaria persona de nuestro amigo Alonso, que en el arte de hilar el esparto, fue bien conocida su habilidad y su maestría, en cualquiera de las modalidades y calibres de la hilaza del esparto picado y rastrillado que, hilaba con perfecta simetría y rapidez. ¡Su carácter extrovertido y su talento profesional,le acreditaron como uno de los más largos y mejores maestros de la hilaza de su tiempo!.
Pero además de la hilaza, -cuando decayó el esparto-, la calidad personal de nuestro amigo Alonso, le llevó al ejercicio profesional de la hostelería. Sus éxitos quedaron demostrados cuando se hizo cargo de la Cafetería de Anibal Lloret, ubicada junto a la gasolinera del mismo nombre -próxima a la playa de la Colonia de Águilas. Sobre este punto quiero añadir -en homenaje a su recuerdo-, los nombres de nuestros amigos y compañeros de trabajo del esparto que se marcharon: Antonio Lajarín y Antonio Soler, q.e.p.d., que también trabajaron con él en la citada cafetería.
Valga este escrito recordatorio para ensalzar las bondades personales y profesionales de nuestro amigo Alonso que, como extraordinario aguileño, merece ser recordado en el tiempo, como uno más de nuestros clásicos aguileños.

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