De artistas, pesebres y rumiantes

“El Arte es morirte de frío” (Anónimo recogido por el autor)
¡Qué tiempos aquellos, los tiempos en que los artistas pasaban frío! ¡ Qué tiempos aquellos en que los creadores, impulsados por sus ángeles y sus daimones interiores, puestos a elegir entre el confort de la bata y la pantufla, el chocolate caliente de las recepciones de las marquesas opulentas y los obispos carnales, o la intemperie de un sino trágico afrontado con dignidad y coraje, se decantaban por este último para no traicionarse as sí mismos!

¡Cuando la bohemia era una botella de absenta compartida por poetas y pintores en buhardillas gélidas, con estufas asmáticas alimentadas con endecasílabos y partituras, y con astillas de muebles tronados y prescindibles!

¡Cuando la necesidad avivaba el ingenio y espabilaba el espíritu, fiel a su rumbo y su mirada, sin concesiones a un mundo ajeno e indiferente, cuyo juicio y aprobación se desdeñaba!

Ese duro compendio de fulgores y miserias, de romanticismo y fatalidad, ese mito del artista independiente e insobornable dio lugar a la última floración del genio en la cultura occidental. Por ahí pasaron Van Gogh; Verlaine y Picasso, Dalí y Buñuel, Gargallo y Cernuda, René Char y Valle Inclán, o Cela, o Paco Umbral.

Ya todos están muertos. El arte, ahora sí, ha muerto. O al menos, ha desertado de los escenarios sociales reconocidos. Quiero creer que sigue su práctica clandestina, en nuestro tiempo de mercadeo con el pesebre, de pactismo con los poderes y sumisión abyecta disfrazada de rebeldía, en algún rincón oculto, en alguna buhardilla o tinglado, invisibles y perdidos, donde, me temo, se habrá de seguir pasando frío. Será obra de francotiradores que quizás se lleven su producción a la tumba, o quizás un buen día nos deslumbren a todos con ella. ¿Quién conoce los caminos de la intrahistoria?.

Quiero creer a Hölderlin, uno de los grandes abandonados a la intemperie, donde perdió hasta la razón, buscando a los viejos dioses de Grecia, cuando profetizaba que “allí donde está el peligro, de allí surge lo que salva”.

Aquellos hombres obedecían un voz interior que les prometía una borrachera creativa a la que todo podía y debía sacrificarse. ¡ Qué distintos; qué abismo de calidad humana entre ellos y los “showman” denominados “artistas” o “creativos” que con tanto fruto material se instalan hoy en los nichos que les habilita el sistema!.

Si había cofradía y hermandad entre los viejos y grandes artistas, hoy lo que hay es una concepción gremial, estatutaria y burocrática, de su cometido institucional, por el que tan bien se les remunera.

El gran torrente creativo de ayer, el generoso caudal de belleza e impulso renovador, de cuyas rentas seguimos hoy viviendo, se agotó. Hoy acertamos apenas a discernir un mezquino goteo de creatividad, un hilillo insignificante donde ayer había un venero que fluía a borbotones. Y esos restos de auténtica creación se pervierten, se amplifican lastrados por toneladas de maquillaje. Si el gran poeta de ayer aconsejaba distinguir “las voces de los ecos”, hoy en vano se perseguirían otra cosa que ecos y vientos. El artista integrado en el sistema y caro a los políticos, a quienes adula, es hoy un híbrido entre mercenario y funcionario, que amplifica con su “discurso creativo” las consignas del momento. El gran creador de ayer descubierto por escasos marchantes avispados y geniales es hoy convidado habitual de concursos restringidos o designado a dedo por el poder de turno, y, si es pintor, su obra decora ministerios y diputaciones; si cineasta, acapara subvenciones y premios, aunque sus películas desertifiquen las salas de proyección, y si es “cantante” o “cantautor”, se le dedicarán extensos programas monográficos en la televisión estatal, donde soportaremos sus gracias y monerías, y sus fementidas proclamas de independencia crítica. El artista del momento es un sumiso agente transmisor de propaganda política disfrazado de inconformista y rebelde con carísimos harapos “ de diseño”. (Hoy día somos los pobres los únicos que nos atrevemos a ir bien vestidos).

Este gremio artístico que retrato, siento tener que decirlo, está abrumadoramente adscrito a lo que, de manera no cabe más engañosa y equívoca, se autodenomina “partido progresista de izquierdas”, en el poder aquí y ahora en España.
He tenido la imagen colectiva de este gremio de tunantes estos últimos días manifestándose inequívocamente una vez más a favor del poder que los amamanta y tutela, y permitiéndose insultar y designar groseramente, no ya a los políticos contrarios, sino a la mitad (o más) de los ciudadanos con derecho e intención de voto que no son de su cuerda. Su lúcido y expresivo “discurso” rezaba más o menos así: “Los que no voten a mi partido son unos ignorantes; una turba miserable y fanática, unos zafios monaguillos dependientes de los obispos integristas, unos fascistas”. Era eso, pero dicho con menos gracia. Me causaba auténtico sonrojo, una vez superada la náusea inicial, ver a esta pandilla de facinerosos disfrazados de heróicos disidentes cumplir su cometido de voceros del poder establecido y dominante y defender sus pesebres y mamandurrias, como ese vergonzoso canon digital con el que el estado decide robar “preventivamente” a todos los españoles, por si acaso a alguno se le ocurre perjudicar los intereses de sus protegidos.

¡Y encima salen en televisión haciéndonos a todos un extraño gesto, una “jettatura” de nuevo cuño propia de aojadores napolitanos, como simulando un monóculo de aire, para echarnos a todos el mal de ojo de su amo y señor!.

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