La fidelidad a una tradición que une al hombre con el mar
Con el rostro curtido por el sol y las manos cortadas después de toda una vida en el mar, los pescadores aguileños miran con incertidumbre al horizonte. Hoy, de nuevo, toca quedarse en tierra. En esta ocasión es el temporal el que impide salir a faenar pero otros días, la mayoría, es el temor a volver a puerto sin un jornal con el que poder, al menos, hacer frente a los gastos. Las capturas son cada vez menores, apenas algo de salmonete y brótola, y el precio “por los suelos”, se lamentan después de la subasta.
Pese a todo, los hombres del mar no quieren que el progreso se los lleve por delante. Se niegan a convertirse en el recuerdo del que un día fue el oficio que dio de comer a todo un pueblo.
Los pescadores aguileños, al menos los pocos que quedan, son la representación de un mundo casi perdido, de una vida difícil, pero también un ejemplo de supervivencia y de lucha contra las inclemencias; las que se encuentran en el mar y las que llegan desde tierra en forma de precios desmesurados para un gasoil necesario para faenar o a través de normativas y leyes que dejan manga ancha para que la competencia, de forma desleal e incluso ilegal, tire por tierra precios y calidades.
Los pescadores que quedan en Águilas lo hacen por tradición. Por una red, imperceptible para muchos, que une con el mar a los que nacieron abrazados por el Mediterráneo. Se mantienen porque es muy difícil abandonar un oficio que se aprendió de unos padres que, a su vez, lo aprendieron de los suyos. Y porque después de toda una vida trabajando sobre las olas se hace muy difícil, casi imposible, hacerlo sobre tierra firme.
“Estamos aquí porque es lo que sabemos hacer. Aguantando como podemos. Esperando, como decía el pistolero, morir con las botas puestas”, asegura con una sonrisa, aunque sin dejar de lado su preocupación, Francisco Gómez, patrón de la Cofradía de Pescadores.
El futuro de este tradicional oficio es toda una incógnita. El necesario relevo generacional no se está produciendo y mientras que hace una década la flota aguileña rozaba el centenar ahora apenas quedan treinta barcos. Aún así, los que persisten no pierden la esperanza y continúan esperando tiempos mejores.