Los celos

A pesar de que los científicos no han encontrado un origen de los celos, hay una motivación en los mismos que no puede estar únicamente condicionada por sensaciones o sentimientos. Los psicólogos tampoco son capaces de dar respuesta a este acto irracional que nos afecta a todos, en mayor o menor medida.

Hay muchos tipos de celos, que en general se reducen a uno sólo. El ser humano tiende a poseer aquello que le rodea y en ese afán posesivo objetivamos no sólo a las cosas, sino también a las personas. Cuando algo nuestro deja de serlo, nos es arrebatado o lo perdemos, la sensación de castración es menor que cuando se trata de una persona; pero en menor medida es lo mismo.

Si alguna vez han sido víctimas de un robo habrán podido experimentar una extraña sensación de amputación y asco, que mezclada con la rabia, se asemeja muy mucho a los celos. En mayor medida, cuando una persona deja de ser nuestra para pasar a ser de otro, también nos sentimos castrados, amputados y rabiosos.

La envidia, el desengaño y el sentirnos sustituidos y despreciados se mezcla con el sentimiento de inseguridad y los miedos aprovechan la ocasión para reinar en nuestra mente. En esos momentos, la racionalidad cierra por vacaciones y empezamos a hacer literalmente el ridículo. Nos comportamos de forma extraña y posesiva. No es que seamos más posesivos que antes, sino que ahora destapamos ese costado que nuestra razón tenía sepultado debajo de miles de comportamientos protocolarios o políticamente correctos. Desatada la fiera, todo puede suceder.

Los celos se dan desde la más tierna infancia. Cuando llega el nuevo hermanito, el príncipe de la casa debe ceder parte de su protagonismo y eso duele. Gracias a los cuidados paternos, el nuevo niño sobrevivirá a los ataques asesinos de su hermano. La cosa es más compleja cuando crecemos y la conciencia con forma de padre decide jugarnos la mala pasada de dejarnos solos ante nuestro rival. Y éstos ya no serán celos fraternales, sino que podrán ser amistosos o amorosos; en cualquier caso se tratará de cuestiones de amor, aunque para algunos el amor no sea más que un mero trámite para perpetuar la especie.

En el caso de la amistad, los celos pueden ser muy dañinos y son más difíciles de controlar que en las relaciones de pareja. Cuando un amigo te sustituye por otro, el sentimiento de desprecio es mucho mayor que cuando un amante te es infiel; y esto sucede porque estamos acostumbrados a que nuestras relaciones amorosas empiecen y acaben, pero la amistad es para siempre. Un amigo no tiene derecho a enfadarse con otro si éste queda con otra persona; el amante sí. Y es que nos han metido en la cabeza un concepto de amistad que excede su significado. Confundimos la filia con el ágape y caemos en comportamientos que están fuera de lugar.

Se trata de un problema que nos afecta a todos, o que nos ha afectado o afectará algún día. Lo mejor es estar preparado e intentar vivir las relaciones sociales de una manera menos emocional. Como en cualquier juego, también en la sociabilidad existen reglas y hay que establecerlas desde el principio. Si en la partida todos los jugadores poseen el mismo número de cartas, no habrá que lamentar desengaños, aunque a la larga o a la corta sólo uno ganará. Así que lo más aconsejable es intentar pasarlo bien mientras dure la jugada.

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