De padres, progenitores y demás ancestros

Lo hemos visto todos hace poquísimos días en una viñeta de Xim en “La Verdad”. Aparecen, como a menudo ocurre, las dos abuelillas de toquilla, moño, brasero y mesa camilla, departiendo sentadas la una frente a la otra, con esa mezcla de sabiduría cazurra e ingenuidad que tan bien sabe transmitir a sus diálogos el bueno de Xim (¡y tan bueno!).

Una de ellas comenta: “pues según una orden ministerial, en el registro civil el padre y la madre pasarán a llamarse progenitor A y progenitor B”. Y la otra contesta: “¡El progenitor B que los parió!”.

No se me ocurre mejor introducción al comentario de hoy, ni por breve ni por bien sentenciada. Efectivamente, “¡la madre que los parió!”.

¿La madre? parece que, como es la más justa ocasión que cabe encontrar para “mentarles a la madre”, a ella debe referirse la sentenciosa viejecita al acordarse de su “progenitor B”. Pero lo de “progenitor B” no está nada claro. Tampoco lo está lo de “progenitor A”.

Para empezar, en esta sociedad nuestra tan plural y diversa, tan progresada y abierta, ya no existe esa cosa tan obsoleta y, en el fondo, tan machista para algunos de los dos sexos. Eso tan aburrido y plano se quedó atrás gracias a las innovaciones de la cirugía y las revoluciones de las minorías oprimidas, aunque sean minorías de género. Hay un tercer sexo, y un cuarto, y Dios sabe cuantos más pueden estar en camino en cuanto se dé libre curso a la “autorrealización genética” de los individuos- as- x…

Para seguir, esta sociedad a la que se nos encamina pretende experimentar todas las posibilidades combinatorias de, en principio, pero solo en principio, dos sujetos pertenecientes a cualquiera de los varios géneros existentes en la ampliada y diversa oferta actual. Luego las posibilidades combinatorias se verán exponencialmente multiplicadas cuando se consagren legalmente uniones de tres o más individuos, lo que no es en absoluto una remota posibilidad para los espíritus avanzados que nos guían por esta senda tan fértil y prometedora. Habrá que hablar en esa caso también de “progenitor C”, “progenitor D”, etcétera, etcétera.

Pero de momento, con “progenitor A” y “progenitor B” ya tenemos bastante. Porque en esta futurista sociedad a la que se nos aboca, así como en el inconexo conglomerado de estadículos que vienen, español a secas será solo el desgraciado que no pueda ser ninguna otra cosa, “progenitor A” = padre y “progenitor B” = madre lo serán solo los más rutinarios y reaccionarios ciudadanos de tan variado mosaico de regionalistas desuniones (¡de “naciones” con hecho histórico “diferencial”, perdón!).

¡Lo que va a molar tener un “padre- padre” y un “padre- madre”; o una “madre- padre” y una “madre- madre”; o una “madre-padre” y un “padre- madre”, resultantes ambos, estos últimos, de sendas operaciones de cambio de sexo!. Y aún más interesante va a ser el caso si resultan ser maternal la “madre- padre”, que sería entonces “madre- padre- madre”, y paternal el “padre- madre”, que pasaría a “padre- madre- padre”, obteniéndose, si se dieran las opciones contrarias, “madre- padre- padre” y “padre- madre- madre” respectivamente.

A estas alturas, ya me he hecho un lío, y supongo que usted también, lector amigo, y eso que apenas me he asomado un poco al abismo de complejidades que se avecinan. Le invito, lector, a seguir desarrollando solito esta madeja. Si tiene tiempo y ganas, y si su mente está entrenada con la resolución cotidiana de los “sudokús” más endiablados.

Comprendemos mejor ahora la sabia ambigüedad que los “madres de las Patrias” (¡que no “padres de la Patria”, faltaría más!) imponen al registro civil al inventarse esa aséptica nomenclatura tributaria del alfabeto. En tan libre, diversa y variopinta sociedad como nos espera, interesa imponer alguna forma de orden, aunque sea el alfabético, no vaya a ser esto el “desmadre padre”.

Sin duda el cachondeo está servido. Pero yo me pregunto, y no dejo de preguntarme ni un momento: ¿y los retoños de tales uniones?.

No me inquieta que los niños ya no vengan de París, sino de un bombo de alquiler, o de un bombo de alquiler con óvulo de alquiler incorporado y ADN añadido, o de lo anterior y bombo artificial impostado en un heroico “padre- madre”, que quiera experimentar las delicias y dulzuras del embarazo y la maternidad desde el momento mismo de la concepción. Vivido este momento (simbólicamente) como un gozoso ejercicio de penetración anal efectuado siguiendo las pautas y reglas dadas para tan saludable práctica (sobre todo para neo-maltusianos) en los programas de máxima audiencia de la televisión estatal (la Primera, para más señas).

No me preocupa que las figuras polares y complementarias del padre y la madre- los buenos, los de toda la vida- que son el núcleo germinal de la familia, y por tanto de la persona humana por una parte, y de la sociedad humana por la otra, experimenten distorsiones irreparables con consecuencias tan impredecibles como inquietantes, que pueden ir desde la sociedad- termitero a la sociedad- circo de psicópatas.

No, esas cosas, que quizás deberían preocuparme, no me preocupan. Acaso porque frente a los dislates de esos “progres” de pacotilla que ya nos tienen aburridos con sus memeces perversas en tantos frentes de la vida social, solo caben la distancia crítica y la burla. Acarrean ya demasiada estulticia sobre sus hombros nada firmes como para no caer pronto abrumados por esa carga. Lo que si me acongoja, es la figura imaginada de un niño muy pequeño, orondo y tierno, sostenido en brazos por un ser indefinible, intentando sus primeros balbuceos con la palabra más mágica que existe, que ya no le será dado conocer a su debido tiempo, en ese momento único.

¿Cómo se las arreglará ese pobre niño para articular en sustitución de esa palabra que no conocerá, su primera invocación al “progenitor B” que lo parió?.
¡Su madre!…

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