Guateques

No era fácil divertirse en aquellos años si se tiene en cuenta que cuando más se crece, más se exige, y aquel tiempo no era de exigencias, antes bien de obligaciones y carencias. Pero procurábamos, con nuestros limitados medios, divertirnos lo mejor posible, echando mano a la herencia amena y agradable que nos habían dejado nuestros padres, aficionados a la bulla, a las fiestas carnavalescas, a los saraos y sobre todo a los interminables cenas de los fines de semana, o inventando nosotros o con la ayuda de la nueva tecnología que iba apareciendo.
Lo que más contribuyó a nuestra felicidad fue la mítica aparición de pic-kut, al que llamábamos nosotros picú o tocadiscos, indispensable para participar en una de los numerosos guateques que se formalizaban siempre que se podía, cuando llegaba el buen tiempo y las terrazas de las casas se abrían o algún padre,sobre todo con hijas casaderas, nos permitía usar el salón grande de su casa, aquel que estaba reservado para las grandes veladas de los mayores. Había muchos que se negaban a ofrecernos esa posibilidad pero había otros, los menos, que estaban a nuestra disposición siempre que, hechas las previas advertencias, no pusiéramos en juego la dignidad, que en otras palabras, equivalía a que no aprovecháramos la ocasión para tirar de los besos, bailar apretado o todas esas pequeñas y grandes minucias que eran frecuentes en la moralidad de la época, deseos que quedaban, salvo en rara excepción, no solo cumplimentados, sino para nuestra desgracia, largamente satisfechos. Rara era la muchacha, todavía en la inocencia, que se permitía una licencia amorosa, ningún galán podía arrullar el oído de la muchacha, sobre todo porque eran muchos los padres que participaban y vigilaban en primera instancia, durante nuestra primera juventud, aquellas ingenuas fiestas en donde se bailaba el pasodoble castizo, se seguía con el bolero, en donde bailaban las chicas con las chicas o donde se nos adiestraba en un nuevo ritmo, y hubo de esperar hacia el final de la década para que desaparecieran los fieles carceleros, se repartieran los primeros arrumacos y se bailara cara con cara, fuera con el rock del Dúo Dinámico o con el chachachá del tren. Para cuando llegaron los twist y los rok-and-rok ya disfrutábamos de la bendita soledad que no era desaprovechada. Empezaron a surgir las primeras parejas, los primeros noviazgos, aunque, pueblo liberal en época viril y machista, hubiera frecuentes cambios de pareja. Pero el guateque, en su más pura esencia, no había sido otra cosa que un rito de iniciación, un aprendizaje musical en la vida, un tiempo de bonanza en medio del tedio que abrumaba.
Recuerdo que los guateques lo organizaban las pandillas y eran coto cerrado para ellas, negado para los que fueran de otra parte o de fuera, salvo invitación. Así que, salvo excepción, casi siempre éramos los mismos para participar en el ágape que preparaban las muchachas y en la cuerva que preparábamos, con gaseosas, vinos y frutas los muchachos, con una manita de canela para aumentar, como astutamente se pretendía, el ingenuo erotismo de aquellos días. A la memoria me vienen ciertos bailes en la casa de Raimundo Ruano, junto al ambulatorio, en la carretera de Vera. Recuerdo asimismo las que llevamos a cabo en Falange Viejo, en un enorme salón de las hermanas que vivían en Madrid. Recuerdo los bailes en la casa de Pilar González, en la huerta del Consejero, los efectuados en casa de Paquito Pérez, apelado el Chumbo, sin la posibilidad de poner tus discos porque quien fuera amo tenía la exclusiva de poner la música en el artilugio. Recuerdo los bailes en casa de Provi Glover, en la misma Glorieta. Recuerdo los guateques interminables en la calle Jovellanos, en donde ya sacábamos pecho y ardores. Recuerdo los más secretos en la cueva de Pepe Soler, puesta a disposición de su cuñado Servando, gran cazador de pulpos. La verdad es que reflexionas, y piensas que bailábamos más que un trompo en aquellos días en donde no era fácil poseer un tocadiscos, tener una buena colección de música, contar con un buen repertorio tanto de música ligera, empezaba la separación de los cuerpos y el desprendimiento de las artes clásicas y de los bailes de salón, y de la música lenta, aquella que permitía, entre el olor y el fragor, un armonioso contacto con la mujer. Los guateques fueron la primicia de los cotillones de los que escribiremos en el siguiente artículo. Los guateques fueron un acto lúdico y social, la alegre preparación para la vida adulta, los complejos entrenamientos para profundizar en las relaciones sentimentales,sin sicólogos ni celestinas, la antesala de la fiesta de la vida que se nos anunciaba gozosa. Una danza entretenida y persistente que servía para que nos iniciáramos en aquello de un paso a la derecha y dos a la izquierda, para que diéramos las primeras vueltas y giros sobre nosotros mismos, para que crecieran en el interior los primeros rumores y sofocos, para que se empañaran las camisas de sudor, para que pensáramos que toda Águilas, jovial y festiva, fuera un inmenso salón de baile.

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