Las otras crisis

Tanto tiempo como llevamos soportando crisis de todo tipo y viene a ponerse la palabreja de moda, y en boca de casi todos, cuando, ¡ahí!, afecta a la chequera. O al dinero mondo y lirondo, según el poder adquisitivo de cada cual. Las otras, las que nada tienen que ver con lo materialista, las que son inherentes al desarrollo personal y las de las de perfiles básicamente existencialistas, parecen haber quedado olvidadas en los antiguos cafés literarios.

El personal habla de crisis –muchas veces sin saber nada de ella y, lo que es peor, sin sufrir sus consecuencias- como pudiera hablar de fútbol o de toros. Es tema recurrente en la barra de cualquier bar, en la cola de la carnicería, en cualquier puesto del mercado, en peluquerías y consultas médicas. Es el tema de moda.

Y ya sabemos, por este y por otros muchos, lo que ocurre con asuntos graves, serios y de calado en boca, e in mente, de quienes poco o nada entienden acerca de aquellos y se dejan arrastrar por la voz que más suavemente les acaricia el oido.

La inmensa mayoría de los mortales hablamos de la crisis y nos referimos solamente a su perfil económico. Quienes son un poco más avezados saben que no se trata de algo doméstico, que es un batacazo en toda regla y de ámbito y dimensiones internacionales. Y quienes saben un poco más son conscientes de que una situación como la actual no surge de la nada y que, por regla general, en el sistema capitalista, es producto de una crisis financiera. Pero detrás de ésta y de aquélla, o producto de las mismas, aparece la crisis social. Y tras ella, la política, aunque en ésta, para que registre o no cambios de algún tipo, contará, y mucho, la cultura y madurez de cada sociedad a la hora de discernir y decidir.

Una noticia de agencia decía, casi telegráficamente, que el Foro Económico de Davos –celebrado en la alpina ciudad suiza del mismo nombre a finales del pasado mes de enero- “cerró la edición más pesimista de su historia, en alerta máxima ya que la severa crisis económica podría crear reacciones sociales violentas y el resurgimiento del nacionalismo y del proteccionismo a favor del sálvese quien pueda”.

O sea, la ley de la selva, un gigantesco saurio semidormido que está comenzando a despertarse o, por lo menos, a mover los órganos y músculos que más inmovilizados tenía. Y no nos estamos percatando de ello porque andamos muy enfrascados en las hipotecas, en los despidos laborales y en la esperanza, no se si muy consistente, de que las multibillonarias inyecciones económicas a los motores del capital comiencen a dar resultados.

El hándicap de muchos grandes pensadores es que no conocen suficientemente las capas sociales más bajas. No conviven con ellas en barrios obreros o regiones con bajos, pobres o nulos niveles culturales. Y digo esto porque no se hasta qué punto es acertada la aseveración de J.C. García Fajardo, profesor emérito de la UCM y director del Centro de Colaboraciones Solidarias, en el sentido de que “la sociedad civil denuncia que las personas más vulnerables paguen por los errores y la avaricia de los responsables de esta crisis”.

Es triste, profesor, y ojala fuera cierto, pero sólo es una parte bastante exigua de esa sociedad civil la que piensa, y se expresa, de esa manera.Tiene razón, sin embargo, el profesor García Fajardo al pronosticar que “la misma crisis que ha secado el sistema financiero internacional amenaza con sumir en la miseria a cientos de millones de personas en todo el mundo, que podrían quedarse sin comida y atención médica”.

No importa demasiado. Esos desheredados de la tierra, como los denominaba Frantz Fanon, están muy lejos de las histerias bursátiles y los agobios hipotecarios. Están en la otra orilla. Pero en ésta, el terremoto financiero y su réplica económica van a originar grandes fallas, tanto en lo estrictamente social como en el concepto y contenido más evidentes del humanismo.Ya se han disparado las alertas sobre el despertar de movimientos xenófobos que pudieran estar reapareciendo al calor de la crisis y el desempleo. Es la ley de la selva.

Y en el conjunto del mundo desarrollado no se contempla –o, peor, no se acepta- una mínima pérdida de bienestar para intentar frenar el aumento de la hambruna y la desatención sanitaria que se les viene encima a los más desfavorecidos por mor de esta puñetera crisis, propia, por otra parte, de la usura, la avaricia, el materialismo y, en definitiva, la deshumanización imperantes.

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