Sorolla, Lehmberg y Larsson
La mayoría de las veces, un día no da para mucho: levantarse, desayunar, correr hacia el trabajo, comer, vuelta al trabajo, hablar un rato con los amigos, llegar a casa, descansar, cenar, leer los mensajes y acostarse. Pero aunque muchos de esos días resultan sorprendentes por algún motivo esperado o no, en pocas ocasiones se agolpan en la mente de una persona personajes de tan distinta índole como los tres que descubrí en un solo día.
A propósito de la exposición “Visión de España” que “Bancaja” ha llevado ya a Valencia, Sevilla, Málaga y Bilbao y que ahora recala en Barcelona, hemos tenido la oportunidad de redescubrir a Joaquín Sorolla, quizás uno de los mejores pintores españoles y que después de un recorrido fulgurante por la geografía española pintó catorce enormes paneles que le había encargado la Hispanic Society de Nueva York. Para Sorolla representó “la obra de su vida”, pero los diversos analistas conocedores de su arte, concluyen que se trata de uno de los mejores conjuntos pictóricos del siglo XX.
Sorolla nos dejó con tan solo 60 años, algo joven para un maestro de su talla, aunque no cabe duda que su inimitable pintura no deja ni dejará indiferente a nadie que se precie de tener buen gusto.
Emilio Lehmberg fue un compositor andaluz que tuvo la gran desgracia de vivir en una época de grandes necesidades materiales en la España de principios del siglo XX. Su padre fue uno de los supervivientes del naufragio de la fragata alemana “Gneisenau” que fue recogido por una familia pudiente de Málaga. Otto Lehmberg, que así se llamaba el padre, y la hija de esta familia se casaron y fruto de esta unión nació Emilio.
Seguramente fue una gran suerte ir a parar a este rincón de Málaga porque gracias a ello pudo tener estudios superiores y desarrollar su vocación musical. Estudió solfeo, piano y violín, en el que destacó particularmente como importante intérprete. Su traslado a Madrid le sirvió para finalizar sus estudios musicales y para trabajar en diversas orquestas, como la Sinfónica y la Filarmónica. La guerra civil le sorprende en Madrid y es incorporado a la Banda de la Guardia Republicana. Su obra, básicamente como compositor de concierto ha sido ahora grabada por la Orquesta Filarmónica de Málaga en primicia mundial. Los avatares de la posguerra le llevaron a dar un giro enorme a su vocación musical, obligándole a trabajar en el teatro y en la revista, y poco después también en el género cinematográfico, a las órdenes del humorista Tony Leblanc.
Compuso también mucha música orquestal para los noticiarios de NODO y su única canción conocida es aquella con el título “Cántame un pasodoble español”. Lemhberg también nos dejó muy joven, con 54 años, a consecuencia de una enfermedad mental muy grave y justo en el momento en el que podía haber desarrollado una carrera musical imparable y seguramente triunfante.
Para muchos es posible que el nombre de Stieg Larsson no les diga absolutamente nada. Pero si enunciamos su primera novela, “Los hombres que no amaban a las mujeres”, seguramente nos percataremos que es una de las obras más interesantes de los últimos tiempos. Éxito de ventas en su Suecia natal, pero también en Francia, en España y en Italia y en todo el mundo, donde ha llegado a vender más de 10 millones de libros. Se trata del primer libro de la Trilogía del Milenio y el 29 de mayo se estrenará la adaptación cinematográfica. Larsson era periodista y reportero de guerra, muy conocido en su país por ser un acérrimo defensor de la paz y contrario a los grupos violentos nazis que actuaban en Suecia. Luchador incansable por los derechos humanos escribía de noche y se mostraba entusiasmado por las novelas de ciencia ficción y por Pipi Langstrump, personaje en el que se basó para construir a la protagonista de “Los hombres que no amaban a las mujeres”. Larsson murió con tan solo 50 años, poco después de haber entregado a su editor la tercera y última parte de “Millenium” y días después de ver publicado el primero. Consecuentemente, no conoció el éxito que ha tenido y sigue teniendo.
Seguramente no es casual que aparezcan ante nosotros tres artistas, tres personas, de ámbitos diferentes pero con vivencias tan semejantes. Los tres murieron jóvenes, tuvieron vidas más o menos comprometidas y con momentos complicados; los tres dejaron obras de incalculable valor sentimental para disfrute de generaciones venideras y los tres se fueron sin conocer el éxito. Ahí radica precisamente la importancia de cada uno de ellos. Probablemente no crearon sus obras para obtener el reconocimiento ególatra e hipócrita de otros artistas. La finalidad de sus creaciones se basaba en el reconocimiento personal y en hacer felices a los demás. Lo han conseguido póstumamente. Los millones de visitantes a la exposición de Sorolla, los millones de lectores de la obra de Larsson y los oyentes de la obra sinfónica de Lemhberg son el mejor pasaporte para su éxito y su viaje infinito a la eternidad.