La mil y una noches de los noventeros aguileños

EL BAÚL DE LOS RECUERDOS

Donde habita el recuerdo: El “Por qué no?” , el “A menos cuarto, el “+Birras”, “La Marrana”, el legendario “Tijuana”y el inolvidable “Planta Baja”

Existe cierto escepticismo con respecto al dicho “cualquier tiempo pasado fue mejor”. En el caso que nos ocupa no puede ser más cierto.
FOT1
Hay quienes, anclados en una época en la que fuimos inmensamente afortunados, no podemos dejar de echar la vista atrás con una irremediable nostalgia.
Añoranza de aquellas noches aguileñas de los años noventa donde nos sobraban los bares y nos faltaba tiempo para acudir a todos ellos.

Momentos en los que empezábamos la “juerga” escogiendo entre dos posibilidades: o hacer “botelleo” en la playa de la Colonia (ese término de “botellón”es mas reciente y algo despectivo) cargados de cubos de plástico, “cubitos” de hielo, unas cuantas botellas de Coca-Cola , otros tantos cartones de vino tinto del barato y un paquete de azúcar. O la segunda opción: irse a “la Marrana” a jugarse un “duro”. Que tire la primera piedra aquel que no recogió del suelo la moneda y la limpió en su pantalón porque en aquel tugurio las servilletas brillaban por su ausencia. Y después del principio quedaban muchas horas por delante porque los bares no cerraban, porque la policía no acudía a levantarnos “el chiringuito” y porque las calles estaban llenas de jóvenes alegres cantando canciones, tocando guitarras e improvisando bailoteos.
Y es que teníamos mil opciones: o echarnos unos bailes en el “Por que no?”-después “Tribal”-, en el antiguo “Velero” o intentar entrar como fuera posible en la que quizás fue lo más parecido a una discoteca que conocimos los “noventeros”, el “A menos cuarto”, con ese infranqueable Pascual en la puerta pidiendo el carné a las jovenzuelas que acudíamos sin haber cumplido aún los dieciséis y rezando para pasar “la frontera”. Y es que habíamos trabajado mucho intentando conseguir algún DNI para hacer tramposas fotocopias que se nos abrieran las puertas del “paraíso”.
No olvidaremos nunca la noche que el “Tijuana”, también regentado por el imponente Pascual, abría sus puertas. Aquel bar -ahora notaría- era un hervidero de gente acoplada como fichas de tetris camuflada entre una decoración al más puro estilo mejicano y más de un cardenal que nos dejó esa puerta del oeste que,a trompazos y empujones, luchábamos por sortear.
En aquella barra atestada de jóvenes sedientos corrían litros y litros de “calimocho” acompañados de vasos de chupito para jugar al “duro”o al “medio limón” en las pegajosas mesas que, con el paso del tiempo, acabaron llenas de autógrafos con todos nuestros nombres.
Aquel “Tijuana” fue el primer lugar que contaba con una particular zona VIP, “la cárcel”, con una flamante y sin estrenar mesa de billar y donde sólo unos pocos privilegiados tenían permitido el paso.
Cuando bajabas las escaleras y salías a la calle “a tomar el fresco” daba gusto ver aquella calle repleta de jóvenes divirtiéndose, riendo, desenfundando sus primeros paquetes de tabaco y dando pequeñas caladas a sus primeros cigarros.
Y de ahí al “Planta Baja”, donde bailábamos hasta que no nos daba más de sí el cuerpo.
Por aquella época, si la memoria no me falla, abría sus puertas el “Tuareg”, la primera discoteca que tras el cierre de “La Meca” (que tantas fiestas de la espuma nos regaló en nuestra pubertad) apostó por una zona donde acabar la noche a la luz del día.
También contábamos con un espacio polivalente que contenía una sala recreativa, una bocatería, un bar y un karaoke, el “+Birras” donde acudíamos como locos los viernes, al acabar el instituto o tras dejar la maleta recién llegados de Murcia de nuestros primeros años universitarios. Nos ponían las canciones que queríamos, podíamos cantar y bailar por las calles porque en los noventa, Águilas era un pueblo que no dormía, un pueblo en el que, a modo de verbena popular, se encontraban varias generaciones en los mismos sitios: padres, hijos, tíos, hermanos y sobrinos. Una época donde los jóvenes se besaban por las esquinas y sólo tenían que enfrentarse a la queja de alguna vecina que terminaba admitiendo : “si no disfrutan ahora, ¿cuándo van a hacerlo?”. Así que mi pueblo un día fue noche donde los jóvenes de localidades vecinas “se daban tortas” por venir.
Ahora, por desgracia,las cosas han cambiado mucho. Los jóvenes no se conocen riendo y comiendo un trozo de pizza en la “Dapino” -ese pobre hombre italiano que aguantaba “carros y carretas”- sino que lo hacen a través de una pantalla de ordenador o de móvil de la que apenas se despegan. Ahora no van como locos a “Reporter” a buscar fotos donde encontrarse ni esperan una nota cariñosa en el pupitre del instituto, ni dibujan corazones de tiza en las fachadas de las calles.
Ahora el amor no se declara con un “¿quieres salir conmigo?” mientras la vergüenza te hace mirar al suelo. Hoy todo es diferente: las redes sociales y los mensajes de Whatsap han destruído todo aquello que los noventeros tuvimos la fortuna de vivir intensamente. Esta generación mía que mira atrás con la sensación de haberse perdido por el camino, de haber dejado un trocito de su vida por las calles del pueblo que mil noches los recibía con una luz y una magia, indiscutiblemente, irrepetibles.

Por Ana Gualda

Esta web utiliza cookies para que tengas la mejor experiencia de usuario. Si continúas navegando estás dando tu consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pincha el enlace para más información.

ACEPTAR
Aviso de cookies