Y entonces todo cambió

Texto: Andrés Porlán
Sin saber cómo ni por qué, a las 17.05 de la tarde del 11 de mayo, un movimiento de 4´5 en la escala Ritcher sacude la ciudad de Lorca, creando daños a lo largo del casco urbano y las pedanías de Río y Parrilla. La confusión, el caos y el miedo se apoderan de los lorquinos. Las llamadas de teléfono se suceden, los vecinos salen a las calles sin saber qué es lo que ha pasado. Los rumores corren de plaza en plaza; hablan de daños en el patrimonio, de tabiques rajados en algunascasas. Curiosidad, confidencias. Han sido solo unos segundos. Pero el suelo ha temblado en Lorca…
No sabes qué ha pasado. No sabes qué hacer. Quieres huir, salir, respirar. Pero el huracán de polvo te impide ver dónde pisas.
Y el silencio se te clava en los oídos. No puedes ver nada. No puedes oír nada. No puedes pensarnada. ¿Estás todavía aquí?
Quizá.Sientes algo que se te clava en el estómago. Algo que te dice que estás vivo.
Pudiera ser miedo, pero nunca habías sentido algo que se le pareciera lo más mínimo.Solo quieres salir a la calle a llenarte de sol, sentarte, limpiar el sudor que te corre desde la frente,abrir los ojos y despertar.
Todavía no son las 18.48. El rejoj no avanza. Pero todo ha cambiado.
Recordamos los graves daños sufridos por las pedanías de Zarcilla de Ramos y La Paca hace algunos años… Pero todo está bien. Ha sido un susto, grande, pero solo un susto.Todo está bien.

Las calles son miedo, pero entre la niebla se cuelan los rayos de sol de la tarde

Desde el cielo cae un estruendo de balcones y adornos que se precipitan contra el asfalto.
Una lluvia de piedras y ladrillos que tratas de esquivar. Niebla gris. Imágenes en blanco y negro. Buscas a alguien que te hable. Pero todo el mundo corre. Pero todo el mundo llora.Todo el mundo grita. Los escombros se acumulan sobre aceras y calzadas, sobre los coches, sobre los toldos de las terrazas, rajados, vencidos. Quieres llamar pero el teléfono no funciona. Gotas de sangre contra el asfalto. Gritos, más gritos, siempre los gritos.
Lágrimas de desconcierto. Y entonces corres. Tú también corres. Sin saber hacia dónde ir. Buscas a alguien, a alguien conocido, pero todo son caras que se pierden entre remolinos de polvo. Corres buscando otras calles donde no haya escombros, donde haya silencio, donde se puede respirar. Pero esas calles ya no existen. Evitas aceras y calles estrechas. Levantas la mirada y ves poco,muy poco, casi nada. Nada que te contagie tranquilidad. Y otros como tú corren, pero tampoco saben hacia dónde van.
Y por fin paras y alguien te pregunta. “Bien”, contestas. Pero la voz que escapa de tu garganta no es la tuya. “¿Qué ha pasado?”. No lo sabes.
¿Una bomba? ¿Un atentado? ¿Un terremoto? No puede ser.Ya ha habido uno. No puede ser una réplica, no así, no tan fuerte, no… Los teléfonos siguen sin funcionar. Caminas hacia casa entre el sudor y la asfixia de la polvareda que golpea tus pulmones, con la garganta seca y el corazón latiendo sin parar. Y piensas en alguien. En tu familia. En tus hijos, en tu pareja, en tus padres, en tus hermanos. Y te preguntas dónde estarán.Y dónde estarían hace unos minutos.
Pero en lugar de encontrar respuestas, corres, en una lucha contra lo que haya podido suceder, como si de la velocidad de tus pasos dependieran pasado, presente y futuro.“El campanario”, “un edifico en la calle del Mercadona”,“la torre de la Virgen de las Huertas”, “una madre”, “enfrente del parque, en la calle que cruza hacia la plaza”, “el colegio”, “su nieto”, “la iglesia”, “allí, al lado de…”,“es lo que he oído”, “no puede ser”, “¡no!”. Muertos. Y entonces, entre la tormenta de polvo, encuentras esa cara que estabas buscando.

Esta web utiliza cookies para que tengas la mejor experiencia de usuario. Si continúas navegando estás dando tu consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pincha el enlace para más información.

ACEPTAR
Aviso de cookies