Marcos Romera, «el cartero de El Esparragal»

Texto: Joaquín Quiñonero Romera

Nada queda del cartero rural que, en bicicleta, a caballo o en moto, acercaba a pueblos y aldeas la irregular correspondencia, rodeado de ese halo entre romántico e institucional que permitía a muchas personas sentirse más cerca de la ciudad y de sus seres queridos. Todo cambia.
En los años 60/70 el cartero rural en las pedanías pequeñas era el único enlace que tenían con el exterior. No existían ni los móviles ni el correo electrónico. Solo la radio proporcionaba noticias de fuera. Era, por lo tanto, la persona que traía las buenas o malas noticias. Solía ir caminando, en bicicleta o en moto. Estos carteros tenían en una habitación de su casa el despacho de cartería rural a donde iban los vecinos a recoger la correspondencia. En aquellos tiempos se escribían muchas cartas. Era prácticamente la única vía de contacto, por lo que tenían los carteros rurales mucha más actividad que en la actualidad, casi desaparecidos. Era una figura querida, entrañable y familiar, a la que siempre alguna persona preguntaba cada día: ¿Tienes algo para mí? D. Marcos Romera “El Cartero del Esparragal” y de la Estación fue uno de ellos. Le conozco muy bien desde hace mucho tiempo, así como a su padre, y hasta asistí a su boda cuando se casó. Se dé la total eficacia de este profesional del reparto, de su responsabilidad y capacidad de trabajo así como del conocimiento que tenia del vecindario y del terreno que pisaba, lleno de carriles y caminos, de vericuetos y ramblizos sin nombre ni placa. Marcos se llevaba la correspondencia a casa y entre él y sus hijas, en la mesa de comedor, preparaba el reparto, sin códigos, y con la única herramienta de sus habilidades y experiencia. Marcos repartía andando, si era necesario, aunque se hizo con un motocarro de color verde oscuro, con el que le facilitaba la tarea del reparto. En este vehículo también traía las sacas con la correspondencia desde la estación hasta a la oficina del puerto, entonces situada en “la placeta” y en ese motocarro también transportaba, de vez en cuando, algunos “cerdos”. Marcos Romera, cartero a la vieja usanza, conocedor de sus conciudadanos en límites insospechados, cuidador de intimidades y maestro en su oficio. Hace falta toda una vida para conocer el terreno que se pisa.

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