El sortilegio del verano
La noche que anuncia el solsticio de verano, aunque no coincida con la fecha indicada para el comienzo de la época estival, siempre parece ser la que marca en los calendarios la llegada de un tiempo en el que todo parece detenerse, o al menos, ralentizarse de manera casi prodigiosa.
Es como si con el fuego de la noche de San Juan se quemaran, no sólo los “malos hados”, sino también los turbios aires del invierno, para dar paso a ese tiempo mágico que es el estío. Igual que cuando la mano de un prestidigitador hace salir de su “chistera” un inexplicable rosario de pañuelos de color que parece no tener fin. Y cuando termina, finaliza también el sortilegio.
Es por eso que ya están preparados las enormes piras en las cuales se reducirán a cenizas aquellos últiles que han dejado de serlo y serán “sacrificados” en pos de un futuro mejor. Las creencias populares guardan en sus supersticiones grandes dosis de sabiduría, aunque solamente sirvan para alimentar a almas soñadoras y algo ingenuas.
Pero la candidez se repite cada año y la transparencia de sus postulados fija dogmas difíciles de romper por aquellos cuyo pragmatismo roza, en ocasiones, lo patológico. Pero no es el momento de filosofar sobre el verano, sino de gozarlo.