La fotografía de Inge Morath en Puerto Lumbreras

13497659_1150238548353161_2792801935939927155_oInge Morath (fotógrafa, Graz, Austria, 1923 – Nueva York, 2002), recorrió desde niña todo el mundo con sus padres. Esa tradición viajera la conservó hasta el final de sus días, así como su dedicación al reporterismo que cultivó ya desde la juventud. Picasso, Anaïs Nin, Antonio Ordóñez, Henry Moore, Marilyn Monroe o Arthur Miller, con quien estuvo casada, son sólo algunos de los que han posado para ella.
Es un referente en el mundo de la fotografía y, entre sus imágenes, se conservan algunas de su paso por Puerto Lumbreras a finales de los años 50, cuando recorrió España

Una de las fotografías de Inge Morath, realizadas en Puerto Lumbreras, se acompañó de un texto que refleja fielmente cimo era el municipio en aquellos años.
“Ahora conducimos a través de la provincia de Almería. Paisajes que parecen lunares, una tierra pálida coloreada por los escombros minerales provenientes de las minas cercanas. El sol es blanco, la pobreza cierra firmemente su puño sobre todas las cosas. En la calle mayor de Puerto Lumbreras, un sacerdote gordo está sentado, en compañía de un guardia civil, a la entrada de uno de los dos cafés que hay allí y que sólo tiene unas pocas sillas desvencijadas y un par de mesas en la acera. Sobre nosotros están las viviendas de los pobres: cuevas pegadas a la ladera como pasas. A medida que ascendemos para observar mejor, el pelo se nos cubre de polvo y olas de calor presionan contra nuestros cuerpos. Aquí y allá algunos pollos y un chivo escarban la tierra en busca de alimento. Los caminos parecen haber sido labrados en la grava por el agua de desecho de las cocinas.

Trapos sucios cuelgan del otro lado de las entradas (agujeros negros y cuadrados excavados en la roca) y algunos hombres flacos y viejos están sentados en cuclillas cerca de ellas. Las mujeres con vestidos negros desgastados están siempre trabajando; lo único que parece sombrío en ellas es la curiosidad. Sus ojos siguen a los extraños con tal vehemencia que sus cabezas dan la impresión de chasquear. Los niños, algunos de los cuales son de una belleza pasmosa, con ropas rasgadas y medio desnudos, se aglomeran a nuestro alrededor. Su primera reacción de mirarnos con fijeza y con la boca abierta lentamente se transforma en una resuelta súplica por una peseta.
El gran lecho del río, totalmente seco, se abre al pie de la cuesta, llevando agua solamente después de las lluvias. Las mujeres dicen que ha llovido solamente una vez en los últimos nueve meses. Hasta anteayer todavía nos e veía una sola gota de agua. Cuando regresamos al pueblo el sacerdote gordo aún está sentado en la plaza pero ahora lo hace en la puerta del café que estaba al lado del primero. Un hombre, que lleva una capa campesina, aparece y los pocos transeúntes le saludan con deferencia. El sacerdote explica: “Tiene ciento cuatro años y puede comerse un kilo de chuletas de cerdo en un a sentada. Su esposa acaba de morir; tenía noventa y nueve años. Pero Ud. debería ver a su amigo: tiene ciento tres años y está en mucha mejor forma.” ¡Qué fuerza debe tener la naturaleza en Puerto Lumbreras!”

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