Iconos, emblemas… y mensajes

La simbología, y con ella, evidentemente, la emisión de mensajes es una forma de comunicación tan antigua como la humanidad. Y conforme ha ido la sociedad poniendo en valor este tipo de lenguaje, más ha proliferado el uso, y el abuso, de determinados iconos y emblemas. Bien para el asentamiento de convicciones, bien para evidenciar la carencia total de ellas.

El estreno de la tercera película sobre el Che Guevara –personaje sobre el que tanto desalmado se está atreviendo a opinar, poniendo en tela de juicio el trabajo de tres directores de lo más variopinto, sociopolíticamente hablando- reaviva, como un ejemplo más, el desconsiderado abuso perpetrado con la imagen del guerrillero. ¿Sabrán los propietarios y conductores de muchos coches que llevan adherida la pegatina con la inmortal imagen del Che Guevara, captada por Alberto Korda, lo que simboliza y connota este personaje convertido en icono?. A juzgar por lo que se puede apreciar en derredor, no.
Y como éste, otros muchos emblemas. Por ejemplo, el toro. ¿Qué se querrá expresar o reivindicar (¿?) con la silueta del cabestro?. Y anda, que cuando lo plasman sobre una bandera rojigualda… Sin comentarios.

Desde hace unos cuantos años, y por aquello de lo mal que en no pocos rincones se ha digerido eso de la ideología, muchos de los símbolos que pululan en pines, llaveros y eslóganes, más que otra interpretación tal vez denoten una simpatía política. O sea, que muchos desconocerán, realmente, la simbología del icono en cuestión, pero cantan con toda claridad la pata de la que cojean.
Difícilmente podrán ocultar su adscripción política, con o sin carné, quienes exponen y lucen iconos con la hoz y el martillo, la gaviota, el puño y la rosa, el yugo y las flechas o el escudo nacional preconstitucional. Tampoco escapa a la confesión pública el hecho de engalanar balcones con leyendas como No a la guerra o Agua para todos, al igual que se retrataban los usuarios del ¿Nuclear?. No. Gracias.

¿ Y los rosarios colgando en los espejos retrovisores de los coches?. Lo mismo da que sean creyentes, no creyentes o practicantes; lo mismo ocurre con el engalanamiento de balcones en ocasión de desfiles procesionales religiosos. Hay quien lucirá estos iconos religiosos por cuestiones de fe, respeto y devoción. Pero la mayoría…

Qué duda cabe de que hay quienes usan y utilizan la simbología de forma consciente, pero a veces, desgraciadamente con más frecuencia y asiduidad de la que sería socialmente correcta, también aparece y se muestra como un producto pergeñado con extraños objetivos y finalidades. Y aparece una ñoña utilización de ella porque, en multitud de casos, no es consciente su usuario del protagonismo que puede llegar a alcanzar, o el despiste factible de originar, la asociación de signos o palabras con patrones sociales aceptados. Y todo ello, de la forma y manera más subliminal.

Lo de la simbología de las banderas es algo sobre lo que se podría escribir, y escribir, y escribir…, pero no es cuestión. Apuntemos, por ejemplo, que el uso abusivo de muchas de ellas, a veces casi secuestrado, ha propiciado que muchas personas se alejen de aquellas. Y no por otra cosa que por entender que representan mucho más que lo que transmiten quienes hacen de ellas ese uso inadecuado.

Bueno, también es abundante el número de personas que agradece esta mala utilización –o excesivo e inadecuado uso- de enseñas porque pueden intuir si merece la pena una conversación, una discusión, una cercanía o una cerveza, con los portadores de las mismas. Y habrá de todo. Desde quienes acudan a ojos cerrados empujados por un ímpetu irrefrenable, hasta los que se sientan engañados por haber creído que era por una causa y ha resultado ser por otra; o los que se cabrearán por no estar de acuerdo con ese uso de algo, para ellos, tan serio, y quienes harán mutis por el foro por ser contrarios al significado, al significante y al uso. O a los tres a la vez.

Y no se trata de que sea bueno o malo, que allá cada cual con sus iconos, sus símbolos, sus himnos y sus colores. Pero deben de ser conscientes (sí, es mucho pedir) de que cada cual y en cada momento, como siempre, están comunicando lo que son, lo que piensan o que ni son ni piensan.

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