Asesinos “intelectuales” (nuevas estirpes léxicas)

El atentado del 11 de marzo ha traído consigo, (como cualquier suceso trágico de tamaña magnitud), nuevas y siempre desgraciadas voces a los diccionarios. No cabe duda que cuesta acuñar estos recién nacidos vocablos por lo terrible que resulta aceptar aún sobrenombres al sufrimiento y al dolor; sin más, sólo porque cuando algo desborda los cauces del léxico, es inevitable que así suceda.

El pretendido neologismo “autor intelectual de los hechos”, cuando se trata de buscar a un asesino o presuntos asesinos en este caso, suena a una perífrasis tan vacía de contenido que pondría en peligro la semántica de cualquier lengua que se precie de tal.

Claro que para cierta estirpe de lingüistas, cuyo objetivo es hacer crecer su ámbito a costa de lo que sea, el parir términos que no comuniquen nada, sino ver justificado el sueldo que por ello le pagan, es más que suficiente. Sin embargo, para calificar su trabajo no es necesario inventar palabras. Bastaría con decir “demagogia” y en la mayoría de los casos “mal hecha”; porque para que algo así no resulte creíble, ya hay que ser un profesional nefasto.

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