«Con doce años compré mi primera bicicleta y aprendí a buscarme la vida con ella»

El lorquino, Juan Bautista Rosa, conocido como “el espartero’ es un octogenario que aprendió el arte de la venta recorriendo muchos kilómetros en bicicleta. Para todos los que lo conocen es un ejemplo a seguir

Texto y fotos: Manuel Martín

 

Juan Bautista Rosa (Lorca, 28 de octubre de 1935), sin padre desde los siete años y segundo de cuatro hermanos, como tantos niños de su infancia, no tuvo la oportunidad de ir a la escuela. Aunque en un cursillo acelerado, un maestro de la vecindad le enseñó, durante algunas noches, a escribir su nombre y a conocer los números… “Nunca he sabido leer ni escribir, pero las cuentas si sabía hacerlas”, resalta con orgullo.

Su primera bicicleta
Con doce años compra su primera bicicleta a un vecino del Barrio de San Cristóbal por trescientas pesetas. “Estaba casi nueva y me la vendió un hombre mayor que ya no la usaba. Saqué el dinero que costó recogiendo almendra y pastoreando ovejas”.
Con aquella primera bicicleta empezó a vender mercaderías de todo tipo, como pucheros, platos, cántaras de barro que traían de La Ollería, un horno de Aledo y los vendía por la pedanía del Esparragal. Después empezó a llevar también en latas de hojalata, gas para las pavas, que eran las lámparas de la época, como los quinqués o los bromuros.
Con el tiempo empezó a ganar sus jornales. Juan Bautista apunta que “si alguien no podía pagarme con dinero, pues se lo cambiaba por huevos, por aceite o por trozos de tocino. Así durante dos años, hasta que me fui a trabajar a Palma de Mallorca. Estuve al servicio de un influyente abogado que me libró de vestirme de soldado para seguir trabajando con él. En total cinco años en Palma, donde me compré una bici de marca Alberta. Cuando quise traérmela a Lorca, en la aduana un funcionario quería requisarme la luz y la dinamo, pues decía que eran contrabando. Intercedió por mi un sargento cuando mostré la factura y entonces me dejaron pasar, sin advertir en todo ese trajín que en el doble fondo de la gabardina llevaba ocultos suficientes cartones de tabaco para pagarme el billete del barco”.

Juan Bautista Rosa en Palma de Mallorca sobre 1955. Al fondo la bicicleta «Alberta» que compró en aquella etapa

 

 

 

Regresa a Lorca
Cuando regresa a Lorca empieza de nuevo acercando productos a las pedanías con su bicicleta. Desde ahora sería pescado fresco en cajas con su correspondiente hielo. “Movía con la bici más de ochenta kilos entre las dos cajas que llevaba. ¡Entonces podía!. El pescado lo espera

ba en la estación de Lorca-Sutullena, pues lo enviaban por tren, en el último vagón, por el olor”.
Poco después se compró su primera moto, pues la demanda iba creciendo. A pesar de ello, esta “e atascaba”, como nos comenta, y por ello tenía en Purias una bicicleta que le servía para hacer el reparto por aquella zona, pues la moto no era muy fiable. En los siguientes años se sucedieron otras motos que le permitían distribuir su mercancía en mejores condiciones, pudiendo llegar a pueblos como Aledo, Zarcilla de Ramos, Purias, La Hoya…

El pescado que vendía, de Águilas
“Cuando sobre la una y media terminaba, comía, dormía la siesta y los días que hacía falta, bajaba a Águilas al puerto para comprar, con otros arrieros, el pescado que sacaban las parejas (barcos grandes que iban a por el valorado pescado de fondo, como las gambas o el pescado «fino»). Más tarde, casi de madrugada, llegaban las mamparras, es decir, las barcas con pescado de menor valor. El pescado que compraba lo guardaba en uno o dos arcones frigoríficos que tenía, hasta que lo vendía y tenía que bajar de nuevo a Águilas”, destaca Juan Bautista.

… Ya en coche
Llegó un momento, ya con coche, en que Juan se hizo “subastador”, lo que le daba derecho a asistir a las subastas de las lonjas de Águilas, Mazarrón, Garrucha… e incluso Alcantarilla, que contaba con una importante central de compras de pescado llegado de los principales puertos de esta zona de levante.
Hace ya venticinco años que Juan se retiró y compró una tierra que cultiva desde entonces. Y presume de que “nunca ha dejado de desplazarse en bicicleta, cuando no ha necesitado moto ni coche”.
Hasta que comenzó la pandemia podíamos disfrutarlo casi todas las mañanas y tardes en la calle Nogalte, frente la Iglesia de San Francisco. Pero quien más disfruta es él mismo, saludando a casi todas las personas que pasan por delante, pues son muchísimas las que le conocen y se paran. Allí expone parte de sus creaciones con esparto mientras fabrica otras: “En mi casa tengo muchas más. Y ninguna igual”. Las ofrece no porque necesite nada, sino por el gusto de compartirlas, pues el valor de venta no pagaría la dedicación que tiene cada una de sus obras de esparto. Ningún habitante de Lorca debería dejar pasar la oportunidad de llevarse la suya.
Ya terminamos el reportaje, comentando que hace un tiempo la Policía Local le llamó la atención por ir en bicicleta por la peatonal Calle Corredera de Lorca. Con una sonrisa, les respondió que cómo podían decirle eso cuando ellos pasaban con motos y la policía nacional con furgoneta, mientras él iba con sumo cuidado en una bicicleta. Al final le dejaron continuar el camino. Nociones de escritura pocas, pero inteligencia emocional, educación y empatía, le han sobrado en estos ochenta y cuatro años tan bien llevados. Y los que le quedan.

 

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