«Cuando termine mi adscripción de seis años en el Colegio Español de Rabat, regresaré a algún colegio de la Región de Murcia»
Entrevista a Antonio Licerán Hernández, aguileño que lleva desde 2022 en Rabat como maestro y coordinador artístico del Colegio Español

Entrevista realizada por Ginés Jesús Gómez M.

Desde el Grupo Actualidad entrevistamos al aguileño Antonio Licerán Hernández, que lleva desde 2022 en Rabat como maestro y coordinador artístico del Colegio Español.
Lleva desde 2022 en Rabat como maestro y coordinador artístico del Colegio Español. ¿Qué fue lo que le impulsó a dar el salto a Marruecos y empezar esta etapa fuera de España?
No quería dejar pasar la oportunidad que me ofrecía mi trabajo para poder desarrollarlo fuera de España. Elegí Marruecos, el país de los contrastes, para vivir esta experiencia porque me fascina y posee un encanto muy especial gracias a la extraordinaria combinación de su cultura, su gastronomía, su historia, su artesanía y sus hermosos paisajes.
Me considero muy afortunado por poder seguir aprendiendo cada día al mismo tiempo que enseño. Haber obtenido una plaza por seis años —el tiempo máximo para disfrutar de la Acción Educativa de España en el Exterior— es un privilegio que valoro profundamente. Cuando esta etapa llegue a su fin, regresaré a España.
¿Cómo es el día a día en un colegio marroquí y qué retos y oportunidades encuentra como docente? ¿Es muy diferente a los colegios españoles?
Mi colegio es un Centro Integrado de Titularidad del Estado español llamado Colegio Español de Rabat. Depende del Ministerio de Educación y Ciencia, en coordinación con el Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación y la Embajada de España.
El Centro está dirigido a alumnado de niveles no universitarios. En él se imparten cuatro idiomas: inglés, francés, árabe y castellano. La mayoría de mi alumnado es marroquí y, en menor medida, español; hijos e hijas de compañeros de la Embajada y el Consulado, de profesionales de los medios de comunicación o de familias españolas que residen en Marruecos. Los estudiantes marroquíes destacan especialmente en el aprendizaje de idiomas.
Se considera un Centro de excelencia, en el que el alumnado marroquí debe abonar tasas para cursar sus estudios, mientras que para los estudiantes españoles la enseñanza es gratuita. Para las familias marroquíes, obtener títulos de un Centro español aporta un prestigio considerable, mayor que el de un colegio público marroquí. Gracias a ello, gran parte de nuestro alumnado continúa sus estudios universitarios en España o en otros países.
Para mí es enormemente satisfactorio enseñar y transmitir la lengua y la cultura españolas más allá de nuestras fronteras. Es un lujo de verdad, poder estar aquí, en Rabat, la capital del Reino de Marruecos.
«Para las familias marroquíes, tener un título de un Centro Español les aporta un prestigio considerable, mayor que el de un colegio público marroquí. Para mí, es muy satisfactorio enseñar y transmitir la lengua y la cultura española»
Como coordinador de actividades artísticas, ¿qué papel juega el arte en la educación de sus alumnos y qué proyectos destacados ha podido desarrollar allí?
Creo firmemente que el arte desempeña un papel esencial en la educación de nuestro alumnado marroquí. Les ofrece un espacio para crear, expresarse y descubrir su propia sensibilidad, pero también para desarrollar habilidades como la cooperación, el pensamiento crítico y la confianza en sí mismos.
Durante estos años he podido coordinar proyectos artísticos realmente enriquecedores. Hemos organizado exposiciones escolares en las que el alumnado fusiona técnicas españolas y marroquíes con motivo de celebraciones como la Hispanidad, la Navidad, el fin de año español o el Año Nuevo Amazigh, dando lugar a creaciones llenas de color y simbolismo. También impulsamos cada curso nuestra Semana Cultural, donde talleres de artes plásticas y escénicas permiten a los estudiantes explorar su creatividad e incluso aprender bailes tradicionales marroquíes junto a otros españoles como las sevillanas o el flamenco.
A ello se suman las colaboraciones con instituciones culturales españolas de Rabat, como el Instituto Cervantes o la Embajada, que acercan a nuestros alumnos a artistas y experiencias profesionales. Además, desarrollamos proyectos interculturales en torno a festividades como el Mawlid (nacimiento del Profeta), o el Eid al-Fitr (fiesta que marca el fin del mes sagrado del Ramadán), que nos ayudan a profundizar en la identidad multicultural del centro y a fomentar el respeto entre culturas. Y, por supuesto, no puede faltar nuestro carnaval anual, una celebración llena de música, color y expresividad que se ha convertido en una de las citas más queridas por toda la comunidad educativa.
¿Qué es lo que más le ha sorprendido de Marruecos desde que vive allí?
Marruecos ya lo conocía desde hace muchos años, pero sigue sorprendiéndome lo marcadas que están las diferencias sociales y el enorme contraste que existe entre unas zonas y otras. En un simple recorrido de cinco kilómetros en coche puedes pasar por carreteras perfectamente asfaltadas, barrios con casas majestuosas y jardines impecables, ver un Mercedes Clase G de 200.000 euros o restaurantes y discotecas espectaculares donde se come de lujo, se fuma y se consume mucho alcohol. Y, en ese mismo trayecto, encuentras vagabundos, casas derruidas pero habitadas, gente sin techo pidiendo en la calle y lugares llenos de basura y desperdicios. Me entristece ver tanta pobreza. Como dice mi amigo Narciso, muchos se han acostumbrado a vivir así porque no conocen otra cosa, y los cinco rezos diarios les ayudan a mirar hacia otro lado. Es un país que avanza a dos velocidades: tan cerca de Europa y, al mismo tiempo, tan lejos.
Me asombra ver cómo los niños del desierto pueden jugar con la arena y un coche de plástico y tener la sonrisa más grande del mundo; cómo normalizan caminar más de siete kilómetros para ir a la escuela —y otros siete para volver— mientras cuidan de sus hermanos pequeños , lo que contribuye a un abandono escolar elevado, especialmente entre las niñas.
También me sorprende que, en pleno siglo XXI, sigan existiendo leyes tan estrictas para la población marroquí. Me llama la atención que esté prohibido consumir alcohol y, sin embargo, en Rabat haya encontrado las mejores destilerías que he visto en mi vida. Eso sí: no están a la vista para no “dañar” la imagen del país. El producto sale perfectamente camuflado por las calles hasta llegar a las casas, sin llamar la atención.
Tampoco las parejas pueden permitirse ningún gesto de cariño en la calle. Aquí, un simple abrazo puede levantar miradas de rechazo, ir de la mano resulta atrevido y besarse es directamente impensable y puede incluso terminar en una detención policial.
Marruecos es un país de contrastes donde la modernidad y la tradición conviven muy cerca. Para poder conocer más a fondo la sociedad marroquí aconsejó leer “Marruecos, el extraño vecino» de Javier Otazu”.
«Me asombra ver cómo los niños del desierto de Marruecos pueden jugar con la arena y un coche de plástico y tener la sonrisa más grande del mundo. También me sorprende que sigan teniendo leyes tan estrictas»
¿Qué diferencias nota entre la vida educativa y social de Marruecos y la de España?
La vida educativa y social en Marruecos es muy diversa y depende mucho del lugar donde se viva. Mis alumnos y alumnas provienen de familias de alto nivel social y económico, lo que les permite estudiar en un colegio español y disfrutar de una educación privada. Viven en barrios caros, en casas lujosas, y muchos llegan al colegio en coche con su chófer. Algunos son hijos de familias vinculadas a la casa real o al gobierno marroquí. Pero esta realidad no refleja la de la mayor parte del país.
Los alumnos del Colegio Español de Rabat son muy activos e intensos. Es habitual que tomen tres o cuatro vasos de té al día y consuman bastante azúcar, una tradición muy arraigada en la cultura marroquí que, sin duda, no siempre es beneficiosa para la salud.
En las zonas rurales, en cambio, las escuelas suelen ser pequeñas y con recursos limitados, y la falta de profesores estables dificulta la calidad de la enseñanza. A pesar de estas dificultades, Marruecos está impulsando mejoras mediante internados rurales y programas de transporte escolar que facilitan el acceso a la educación. En España, por nuestra parte, contamos con una educación pública sólida, aunque siempre mejorable, y con un mayor acceso a actividades extraescolares y a colegios privados o internacionales donde elegir.
La sociedad marroquí es muy comunitaria, hospitalaria y familiar, con tradiciones profundas, pero también con ciudades modernas como Rabat, donde vivo. Las familias suelen ser grandes y muy unidas, y es común vivir cerca de padres, tíos y primos. La familia influye en decisiones importantes como los estudios, el trabajo o la pareja. Además, los marroquíes disfrutan mucho de la naturaleza: es habitual ver familias enteras merendando en jardines y playas, esperando a que caiga el sol. En este aspecto nos parecemos a ellos: compartimos una cultura mediterránea que valora la comida, la vida en la calle y el disfrute del tiempo libre.
La sociedad española, en cambio, es moderna, abierta e igualitaria, con un fuerte enfoque en la convivencia social. La familia sigue siendo importante, pero hay más individualismo y la religión tiene poca influencia en la vida diaria. España ofrece servicios públicos bien consolidados, relaciones sociales abiertas y una cultura de libertad que permite disfrutar plenamente del tiempo y del espacio personal.
Viviendo en Rabat desde hace tres años he aprendido a comprender mejor cómo se vive el mes sagrado del Ramadán. Durante este período, los musulmanes ayunan desde el amanecer hasta la puesta de sol, absteniéndose de comer, beber y de cualquier acto que pueda romper la disciplina espiritual. Al caer la tarde, el ayuno se rompe con el iftar, una comida tradicional que reúne a familias y amigos.
El país entero cambia de ritmo: muchos restaurantes, pequeños comercios y tiendas de barrio cierran, lo que supone un esfuerzo añadido para quienes dependen de estos negocios modestos. Mi amigo Karim, que vive en Temara, a unos 15 kilómetros de Rabat, me invitó un día a uno de los pocos restaurantes que abren para romper el ayuno. El precio cerrado era muy elevado —como unos 70 euros en España— y comí tanto como cualquier Nochebuena en Águilas. Y esto sucede cada día durante un mes, no solo al atardecer, sino también antes de que salga el sol.
Muchos me dicen que el ayuno ayuda a comprender lo que siente una persona pobre; sin embargo, a veces me cuesta entenderlo, porque quien apenas tiene para comer continúa sin poder hacerlo incluso después del ayuno. A veces tengo la sensación de que, como en tantos otros aspectos del país, el sacrificio recae sobre muchos mientras que la celebración queda reservada para unos pocos.
Aun así, el Ramadán es un tiempo de profunda espiritualidad. Las personas rezan más, especialmente las oraciones nocturnas tarawih en las mezquitas, y la solidaridad se intensifica: es habitual ayudar a quienes tienen menos. Al finalizar el mes llega el Eid al-Fitr, una fiesta llena de alegría, reencuentros familiares, ropa nueva y sonrisas de niños que reciben regalos.
¿Qué es lo que más echa de menos estando en Marruecos?
Echo de menos tomarme una cervecita con tapa en La Pirámide junto a mi hermano, mi madre y mis sobrinos. Echo de menos las salidas en bicicleta con los amigos y esas largas horas de charla después en el bar, cuando el cansancio se mezcla con las risas. Echo de menos ver la Champions los miércoles en Las Yucas, las escapadas en moto de los fines de semana y vivir el carnaval de principio a fin, como siempre lo he hecho. Echo de menos saludar por la calle a tanta gente conocida, detenerme un momento, sentir esa cercanía que solo se encuentra en casa. Echo de menos esos bares y magníficos restaurantes que parecen brotar por castigo en Águilas, en Murcia y en toda España, lugares donde sin quererlo uno acaba viviendo pequeñas historias. Es un tópico, sí, pero es totalmente cierto: lo que más echo de menos son las personas. La familia, los amigos, la gente querida… al final, todo lo demás gira en torno a ellos.
Afortunadamente, tengo la suerte de disfrutar de varios periodos libres al año, y cada vez que vuelvo a Águilas siento que el alma se me acomoda. Allí recargo las pilas, recupero fuerzas y me doy cuenta, una vez más, de lo afortunado que soy por haber nacido en un lugar que no solo es mi tierra, sino también mi refugio.

¿Nos puede contar alguna anécdota destacada desde que está en Marruecos?
Podría estar contando anécdotas durante un fin de semana entero y no terminaría. Marruecos tiene esa capacidad de regalarte historias que parecen sacadas de una película. Hace unos meses, en una de las calles principales de Rabat, por evitar estrellarme contra un coche que se había saltado un semáforo, pisé apenas un palmo la línea continua. El policía, que lo había visto todo, no encontró mejor idea que multarme —15 euros en “b”— por pisar la línea. Mientras tanto, justo delante de él, ocho personas se subían a un Volkswagen Golf, dos de ellas en el maletero, con los pies colgando y la puerta abierta. Y, por supuesto, no pasó absolutamente nada.
En otra ocasión, íbamos de noche por una carretera comarcal, a unos 100 kilómetros de Marrakech, mi hermano, el bueno de Antonio Gallego y yo. La carretera estaba bloqueada por una vieja Citroën C15 con las puertas del maletero abiertas. Dos marroquíes forcejeaban intentando cerrarlas. Nos acercamos para ver si podíamos ayudar y, para nuestra sorpresa, descubrimos que habían metido… ¡una vaca en el maletero! El culo del animal impedía cerrar las puertas. Entre todos, y tras varios minutos de risas y esfuerzo, conseguimos medio cerrarlas. La vaca siguió su camino en el coche ilesa, aunque probablemente tan incrédula como nosotros.
Y luego está esa anécdota que siempre recordaré con especial cariño. Fue en la medina de Rabat. En una de las principales tiendas de chaquetas de piel, el dueño —mi amigo Mustafa— me vio y me pidió que me quedara en el local mientras él hacía unos recados. Tardó más de la cuenta, y mientras esperaba empecé a atender a algunos clientes que pasaban por la puerta. Sin saber muy bien cómo, acabé vendiendo mi primera chaqueta de piel. Para mí fue emocionante, y para el extranjero también, porque practicamos el regateo y se llevó la prenda por un precio estupendo. Cuando Mustafa regresó y le conté la historia entre risas, me invitó a un té como agradecimiento. Son estas pequeñas aventuras, tan inesperadas y tan humanas, las que hacen que Marruecos se convierta en un lugar imposible de olvidar.


¿Se plantea continuar más tiempo en Marruecos o ve cercano un regreso definitivo a Águilas? ¿Qué metas le gustaría cumplir en los próximos años?
Como comenté anteriormente, aún debo completar mi adscripción de seis años en el Colegio Español de Rabat —y ahora mismo estoy justo en la mitad del camino—. Cuando termine, regresaré a algún colegio de la Región de Murcia para disfrutar de los últimos años de mi vida laboral. Mientras tanto, seguiré viviendo este país con la curiosidad de siempre y recibiendo a familiares y amigos, que, he de confesar, me llenan de una felicidad inmensa cada vez que cruzan el Estrecho. Su presencia aquí es un regalo.
No tengo un plan detallado para los próximos años. Prefiero dejarme llevar, permitir que la vida siga sorprendiéndome, como tantas veces ha hecho. Y quiero aprovechar este momento para animar a todas las personas que, gracias a su trabajo, tengan la posibilidad de salir de esa famosa “zona de confort”. Que lo hagan. Sin miedo. Porque nunca es tarde para abrir horizontes. El mundo es enorme, diverso, fascinante… y merece ser vivido sin perder de vista quiénes somos ni de dónde venimos.
Viajar, mudarse, empezar de cero o simplemente cambiar de paisaje nos regala encuentros inesperados, sabores nuevos, amistades que no estaban en el mapa y experiencias que se guardan para siempre. Y, sobre todo, nos ayuda a conocernos mejor: a entender los propios límites, las propias fuerzas y también aquello que realmente nos hace felices. Al final, las vueltas, todas esas vueltas que da la vida, son las que más vida nos dan.
«Hace poco la Consejería de Educación me ofreció la sala de exposiciones del Instituto Cervantes de Rabat. Una propuesta muy tentadora, que voy a valorar con calma y ilusión»

Desde que se fue a Marruecos, ¿sigue tan activo como artista?
Marruecos es un país fascinante para cualquier amante de la pintura. Las medinas rebosantes de vida, los mercados inundados de colores, los barcos de pescadores faenando como antaño en España, los monumentos cargados de misterio y de historia… el desierto infinito, los camellos, los atardeceres que parecen encender el cielo, las dunas, los oasis escondidos entre palmeras. Todo ello es un auténtico regalo para los sentidos, una inspiración constante.
Sigo pintando; la pintura es algo que jamás abandono. Es cierto que mis obligaciones no me permiten dedicarle tantas horas como me gustaría, pero aun así, no dejo de observar, de tomar notas, de hacer bocetos mentales y en papel mientras camino o viajo. Y, por supuesto, hago infinidad de fotografías que luego me ayudan a revivir ese instante único que quiero llevar a la acuarela.
¿Tiene en mente hacer alguna otra exposición en los próximos meses?
Hace apenas un mes, la Consejería de Educación me ofreció la sala de exposiciones del Instituto Cervantes de Rabat. Una propuesta emocionante y muy tentadora, que voy a valorar con calma y con la ilusión que merece.
Pues hasta aquí la entrevista, Antonio. Un placer.
Muchas gracias por este espacio.











