¿Qué tal tu memoria?

Francisco López Belmonte

¡Qué maravillosa capacidad tenemos para olvidar lo que nos conviene! Y también para recordar sólo lo que nos interesa… Muchas promesas quedan en el olvido porque no nos interesa cumplirlas y nos hacemos “el tonto” y vamos disimulando hasta que pasa la ocasión y nos libramos del compromiso adquirido.

Así ocurre a menudo con los partidos políticos que, en vísperas de elecciones, nos ofrecen el mundo en promesas, pero que cuando alcanzan el poder se dan cuenta de que “del dicho al hecho, va mucho trecho” y no es fácil ser fiel a los compromisos adquiridos.

Así que ellos se quedan con el poder y el pueblo con las deficiencias. Por desagracia esto no sólo ocurre en materia política, sino en todas las facetas de la vida. Promesas de amor, de trabajo, de apoyo, de fidelidad, de silencio… son rotas a diario por diferentes motivos o intereses privados.

Cumplir una promesa y decir la verdad son una misma cosa. Ya que no puedes prometer aquello que no estás seguro de poder cumplir o que no estás dispuesto a hacerlo; si prometes en estas condiciones, ya estás mintiendo por adelantado. Pero ¡claro! Mentir es algo tan corriente en la actualidad… ¿Quién no miente al menos una vez al día? Pues con las promesas igual. Y en la mayoría de los casos no somos conscientes de la gran trascendencia que tiene la mentira o el incumplimiento de promesas. Podemos amargar a una persona, arruinarla, entristecerla, incluso empujarle hasta la muerte.

Pero, bueno, como no está recogido como delito por el código penal no pasa nada, somos libres de actuar como queramos en ese sentido. Podremos proceder legalmente, pero ser injustos causando graves daños faltando a nuestra palabra y mintiendo. El código ético que estuvo en vigor durante siglos, la palabra de honor de una persona, no tiene valor alguno en la actualidad.

Recuerdo haber observado, en muchas ocasiones, a dos hombres darse la mano en presencia de testigos para cerrar un trato. Este acto tenía por naturaleza mucho más valor que una Escritura notarial porque, como dicen los escoceses, el honor es el don más preciado que un hombre se concede a sí mismo.

¡Honor! ¿Quién recuerda el significado de esa palabra? Por desgracia se ha perdido el uso de ese vocablo, pero también la realidad que encierra ese concepto. Por el contrario, yo pienso que debemos esforzarnos por recordar todas nuestras promesas, pues, como dijo Salomón “mejor es el que no promete, que el que promete y no cumple”. Nadie nos va a juzgar ante la ley de nuestro país por estas cosas, pero, tarde o temprano, tenemos que dar cuenta ante Aquel que no olvida nada, que es Justo y que es Verdad en su totalidad.

Seguro que entonces, de repente, vamos a recordar muchas cosas que habíamos olvidado. Por eso, y porque “más vale prevenir que curar” empecemos a ejercitar la memoria desde ahora y a desterrar la mentira de nuestra vida.

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