Aprender de los errores

La batalla de Madrid, la batalla del Ebro y la caída de Cataluña: otoño de 1936, verano de 1938 e invierno de 1939, sellaron el destino de la República española. Tres momentos, tres estaciones que allanaron el avance franquista y acabaron con un sueño, con una oportunidad que empezó precisamente en primavera, el 14 de abril de 1931, con la proclamación de la II República.

Y hete aquí, que digo oportunidad; perdida, eso sí. Aunque no en la memoria, por mucho que algunos se empeñen en pasar página y asignarle, erróneamente, el sinónimo de Guerra Civil. Sin duda, tenemos que tener presente la modernidad pasada para poder afrontar la modernidad y el estado democrático de hoy en día. No podemos obviar nuestra historia, tenemos que aprender de ella.

La II República fue la culminación del libro de ruta de los progresistas españoles de entonces, y ahora, en su 75 aniversario, debemos participar de su homenaje, al menos los que seamos demócratas, y aprender de pensadores como Ortega y Gasset, Pérez de Ayala o Manuel Azaña. Aprender en la magnitud social de aquel quinquenio, donde la cultura y los avances sociales, como el derecho al voto de la mujer, fueron primordiales.

La II República planteó un proyecto modernizador que parecía no tener fisuras, aunque erró en el momento y se topó con unos compañeros de viaje poco oportunos, sin olvidarnos de la intransigencia y cerrilidad de la derecha cavernícola.

La situación social en 1931 era insostenible, con una España azotada por una crisis que afectaba a todos los órdenes de la vida civil. Las hambrunas, la agricultura caciquil, las revueltas sangrientas, el hundimiento de la peseta y, sobre todo, la oposición a la monarquía, desencadenaron en una idea claramente republicana. La crisis no sólo afectaba a España, sino a toda Europa, determinando que la violencia sustituyera a la opinión y los militares a los políticos.

Aún así, la historiografía política nos muestra cómo solventar una crisis, y seguro que Alcalá Zamora, y más tarde Manuel Azaña, hicieron de ello su leit motiv. Pero, el poder o las buenas ideas no entienden de socios. Por una parte, la deriva leninista del Partido Socialista, quienes entendieron que su colaboración con la democracia republicana era meramente instrumental, siendo el fin la revolución. Por otra, los continuos actos de deslealtad de los separatistas catalanes. La Generalitat fue la cruz de Azaña y de Negrín; de independentismo «necio y aldeano» hablaba Negrín.

Pactos equivocados, en un régimen efímero, donde sobraron las buenas ideas y los condicionantes. Una II República que incomprensiblemente se ha convertido en referencia del actual gobierno socialista, que han construido un grupo como aquel del ´31, en el que se aliaron los socialistas de Largo Caballero, los comunistas, anarquistas y separatistas.

Demasiadas semejanzas. Zapatero se ha adentrado en el peligroso mundo de los estatutos y determinaciones (no olvidemos que la II República también tuvo su Statut) y ha entrado en un juego peligroso.

Manuel Azaña, en las Cortes del 31 hablaba del Estatuto catalán como una manera de pacificar España y caminar todos juntos…¨La libertad de Cataluña y la de España es la misma cosa”, “la unidad esencial de España no puede padecer”. En el Estatuto, art. 48, se decía que «es obligatorio el estudio de la lengua castellana y ésta se utilizará también como instrumento de enseñanza en todos los centros de instrucción primaria y secundaria de las regiones autónomas». Suena bien. Ya me gustaría volver a oírlo en boca de Zetapé.

2006. Ya no existen pistoleros en los partidos, ni la vigencia de un modelo de Revolución Soviética al que seguir, ni una derecha extrema….¿Por qué repetir las alianzas de entones? ¿Por qué caer en los mismos errores? ¿Por qué no aprender de las buenas ideas que introdujeron los pensadores de la II República?

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