Hay esperanza

Francisco López Belmonte

Una de las muchas cosas que nos diferencian (aunque cada vez menos) a los seres humanos de los animales es la esperanza. El ser humano puede vivir de esperanza.

Albert Camus escribió: “Quien no tiene esperanza y es consciente de ello, ya no tiene porvenir”. Esto es una realidad, aunque ya es otra cuestión en qué o en quién esperamos y si nuestra esperanza termina cumpliéndose.

Cuando esperamos algo lo hacemos con ilusión, y esa expectación nos mantiene en guardia, anhelantes, con vida. Sabemos que la actitud positiva de esperanza en medio de una enfermedad es un factor determinante, en gran medida, del resultado exitoso al final del período de prueba y, aun cuando la dolencia no desaparezca, ayudará al enfermo a mantenerse animoso haciéndole, como poco, más llevadera su enfermedad.

Lo mismo ocurre en muchas otras facetas de la vida; si enfrentamos una dificultad con desaliento no vamos a alcanzar, con seguridad, un gran éxito y, aun cuando salgamos del apuro, lo haremos “sin pena ni gloria”. Cuando mis hijos eran pequeños fue necesario “enseñarles a esperar” y a hacerlo con paciencia y buen talante. Cuando deseaban conseguir algo tendían a cansarse pronto, y empezaban a dudar si obtendrían o no lo que anhelaban.

Entonces venía el desánimo y la inconstancia. Les repetíamos muy a menudo aquel proverbio de Salomón: “La esperanza que se demora es tormento del corazón, pero árbol de vida es el deseo cumplido”. Durante la espera repetían con cierta desgana estas palabras, pero, cuando habían conseguido lo esperado, entonces esas frases salían de sus bocas chispeantes, con emoción contenida y… una amplia sonrisa de satisfacción se dejaba ver en sus caras.

He oído decir que la esperanza es para la existencia humana lo que el oxígeno es para los pulmones. Si nos falta el oxígeno morimos por asfixia; si nos privan de la esperanza experimentamos una “disnea” llamada desesperación.

Necesitamos imprescindiblemente vivir con esperanza. Trabajamos con la esperanza de conseguir nuestro salario. Se escriben libros con la esperanza de alcanzar el éxito. Los atletas corren con la esperanza de ganar el triunfo. Subimos montañas con la esperanza de pisar la cumbre. Intentamos obrar adecuadamente con la esperanza de merecer el respeto de los demás. Subimos. Bebemos con la esperanza de saciar nuestra sed. Todos nuestros actos, en suma, reflejan esperanza.

¿Seremos decepcionados? Muchas veces, sin duda. Más que nada porque es necesario establecer nuestra esperanza sobre una base firme. El apóstol Pablo escribió: “No os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza”; y esto lo dijo porque millones de personas vivimos con una esperanza firme y segura, bien fundamentada en las promesas de JESÚS, por las cuales podemos flotar en medio de un turbulento mar de desesperanza, porque aguardamos “la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran DIOS y Salvador JESUCRISTO”.

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