Trabajar con mayores
No siempre es fácil abrir una puerta que te lleve a un espacio diferente, atractivo y donde se pueda encontrar algo de felicidad. A veces, esas puertas no tienen llave y son imposibles de traspasar y, por lo tanto, se ignora siempre lo que hay detrás. Pero en ocasiones las puertas se abren solas e inmediatamente observamos que aquello que nos imaginábamos no corresponde exactamente a la realidad que nos habíamos forjado.
Eso precisamente es lo que me ha sucedido cuando acepté participar como dinamizador en un taller de lectura para gente mayor. De repente llegas con unos prejuicios, te forjas unos estereotipos y, casi sin quererlo, desaparecen de tu mente al observar unas personas que abriendo los ojos como platos te observan y te analizan esperando algo de felicidad en sus vidas.
La experiencia empieza en un barrio de Terrassa donde un centro de mayores acepta participar en el programa “Amigos Lectores” patrocinado por “La Caixa” y expandido por toda España, donde el objetivo principal es ejercitar la mente de nuestros mayores mediante la lectura de un libro. Después vienen la tertulia, la camaradería, las explicaciones más o menos comprometidas pero, en especial la harmonía entre los diferentes participantes que escuchan atentamente las confesiones de sus amigos. Baldomero, Antonio, María, Andrés, Gabriel, José, Cayetano, Ramón…, son nombres que se agolpan ante mí y que esperan con ansiedad que el rato que pasamos juntos sea lo más agradable posible.
La primera lectura corresponde al libro “Diario de una maestra” de Josefina Aldecoa y después viene “La hoja roja” de Miguel Delibes. Los temas van saliendo como agua en un manantial: el racismo, la miseria, la guerra, la soledad, las disputas familiares, el progreso, la mentira, la política, la jubilación, la incultura, la muerte. Pero a pesar de las edades de los contertulios, entre los 65 y los 85 años, hay una vitalidad excepcional. Los diferentes achaques debidos al paso del tiempo no impiden esa fuerza para comprender el mundo en el que viven y se acercan sin miedo a las nuevas tecnologías. Reconocen, eso sí, una merma en alguna de sus cualidades físicas, pero muchos de ellos son más felices ahora que hace unos años. La independencia con respecto a los hijos y al trabajo les ha abierto las puertas a un ocio que desconocían anteriormente. Talleres de pintura, fotografía, informática, excursiones, baile, incluso estudios universitarios y musicales forman parte de las actividades de este grupo de personas que día tras día me sorprende en sus afirmaciones.
Paradójicamente, la muerte no es un tema que les preocupe en demasía y dan las gracias por levantarse y ver un nuevo día. Reconocen que cada vez con más asiduidad se producen fallecimientos de amigos suyos y eso provoca un sentimiento de angustia, pero lo ven como un acto natural irremediable que no impide seguir adelante. La mayoría no volvería atrás y se siente más joven y activo que sus padres a la misma edad. Las oportunidades que se les ofrecen en la sociedad actual son especialmente atractivas para ellos y solamente les gustaría poder disfrutar de una pensión un poco más potente. Huyen de los políticos que solamente se acercan a ellos cuando hay elecciones y manifiestan un interés por el pequeño mundo que les rodea en la comunidad de vecinos y en el barrio. Me hablan de una juventud sin inquietudes y del poco entusiasmo hacia la cultura. Mi labor como dinamizador y profesor me hace explicarles que también existen jóvenes implicados con la cultura, con las ONG’s, con inquietudes solidarias. Están al día porque suelen ver los informativos en la televisión y leen mucho más de lo que se pudiera creer. “Los pilares de la Tierra”, “La sombra del viento”, “El niño con el pijama de rayas”, “La catedral del Mar” y otros son nombrados como libros leídos y analizados.
Aunque para gran parte de este colectivo lo más importante es el sentirse querido y escuchado. La tendencia a aparcar a nuestros mayores en asilos y residencias es completamente detestada por unas personas que se sienten activas y útiles. Huyen de la soledad de esos lugares aparentemente idílicos para poder vivir sus penas y sus alegrías en las casas que lograron con tanta dificultad. Critican el poco uso que se hace de su sabiduría y quisieran que sus vivencias personales se trasladaran a centros de enseñanza donde los jóvenes pudieran conocer de primera mano los aspectos más importantes de la España del siglo XX. Sus hijos trabajan, sus nietos estudian y solo demandan cariño y atención, algo relativamente sencillo pero que se complica en la sociedad del siglo XXI.
Esta experiencia de trabajo con mayores me ha hecho ver que este período de la vida en la que muchos pensamos en enfermedades, depresión, infelicidad y decadencia es en muchos casos una opinión alejada de la realidad porque el cambio físico producido por la edad no lleva consigo un efecto implícito negativo, sino que aquella puerta que permanecía cerrada se abre para ofrecer un espectáculo que no imaginábamos y que, como a mí, puede sorprender a los que piensan en una ancianidad triste y sin ningún aliciente.