Habladurías

“La calunnia e un venticello…” (Rossini; El Barbero de Sevilla; Libreto Cesare Sterbini).
“La calumnia, el peor de los venenos, siempre haya un fácil acceso en los corazones innobles” (Lord Hervey).

Habladurías…todos en boca de todos, todos cuestionados por todos. ¿Todos?
Afortunadamente no. La calumnia tiene sus virtuosos, sus aficionados y su público fiel. El vicio, pues de vicio se trata, tan adictivo para el alma como la peor de las drogas para el cerebro, de las habladurías y las calumnias es de siempre, tan de hogaño como de antaño.

La calumnia suele formar, con la envidia en primer término, y la mala fe como condición necesaria de partida y telón de fondo siempre presente, ese tríptico siniestro con el que resulta tan fácil identificar al paisanaje, aquí y en tantos otros lugares.

Valle Inclan, fiel retratista en la España negra y esperpéntica de su tiempo, escribió un “Retablo de la Avaricia, la Lujuria y la Muerte”. Si hubiera podido darse un garbeo por esta España de hoy, asendereada y cuestionada en las formas, llena, como entonces, de decadencia, de almas caducas, en el fondo, se hubiera puesto manos a la obra con una segunda parte, que habría bautizado como “Farsa Carnavalera: retablo de la Envidia, la Calumnia y la Mala Fé, para marionetas grotescas”.

Marionetas grotescas, en efecto: en eso nos convierten los calumniadores, al destruir nuestra reputación y ensuciar nuestra imagen; en eso se convierten ellos mismos, al envilecer aún más sus almas feas, al llenarse la boca de la basura que arrojan sobre otros.

La calumnia daña al calumniado: le enfrenta con muros de hostilidad, de incomprensión, de desprecio, de burla, que levantan a su alrededor sus semejantes, sin que él acierte a comprender por qué lo hacen, provocándole la profunda amargura de sentirse víctima impotente de una injusticia que no da la cara, a la que no puede enfrentarse.

La calumnia puede ser un arma temible para provocar el aislamiento social del calumniado; su ruina emocional, económica y profesional incluso. La calumnia puede llegar a destruir completamente a una persona.

En ese tríptico valleinclanesco de la calumnia no se pueden olvidar dos componentes fundamentales: la envidia y la mala fe.

La envidia es, por lo general, el punto de arranque de la calumnia, aunque esta puede surgir también de un modo espontáneo, de una forma podríamos decir que “desinteresada”.

La calumnia originada en la envidia nace en un entorno próximo al calumniado. No envidiamos a las estrellas de Hollywod sus mansiones y sus limusinas; la belleza y el “glamour” de sus divas. Pero no le perdonamos al vecino que tenga una casa mejor y más bonita que la propia, que circule con un coche fuera de nuestro alcance. No le perdonamos a la vecina del piso de arriba que tenga piernas más bonitas que las propias, que se vaya de fiesta con sus atrevidos modelitos que le caen tan bien. Seguro que el primero gana su dinero por procedimientos inconfesables, seguro que además es impotente, o quizás un vicioso promiscuo y sádico. Seguro que la vecinita de arriba es un putón de cuidado, y además se droga.

Pero como la calumnia es una de las formas más comunes, insidiosas y aceptadas de la maldad, tanto por sus orígenes como por el medio propicio para su propagación y aceptación, no requiere necesariamente del motor inicial de la envidia para originarse.
Basta con tener la víctima algún rasgo personal o distintivo que fije sobre ella la atención del calumniador. Basta con que llame su atención porque es gorda, o bajita, o lleva sombrero, o camina de un modo especial. A partir de ese momento, y haga lo que haga, se comporte como se comporte, una venenosa maldición no dejara de acompañarla. Si hace, porque hace, y si no, porque no hace, todo será leña para alimentar el fuego que pretenderá consumirla.

Pero el calumniador aislado es impotente. Si permaneciera así, abandonaría al cabo sus malos hábitos, porque sus habladurías no tendrían consecuencias.

El calumniador requiere un coro que propague y amplifique sus calumnias; requiere encontrar un eco favorable en una sociedad de calumniadores “secundarios”; en un medio social propicio a la calumnia. Un medio que, si no ha creado la calumnia, la acepta de buen grado por ruindad y mezquindad de alma; presta fe incondicional a cualquier bulo o rumor con tal de que sea negativo o denigrante y se muestra además dispuesto a castigar a la víctima así infamada, a burlarse de ella, a despreciarla.

En un medio social complejo, productivo y dinámico, cada cual tiene bastante con ocuparse de sus propios asuntos y no le quedan ni ganas ni tiempo para los ajenos.
Una última observación me parece pertinente. Es la de insistir en la nula relación de la calumnia con la verdad. Hay un refrán que dice: “Cuando el río suena, agua lleva”. En este caso, nada más incierto. El sonido del río puede ser un eco, un puro espejismo. La calumnia puede acumular sobre su víctima hechos absurdos e inverosímiles, contradictorios, que ninguna relación tengan con la vida y circunstancias del calumniado.

Una advertencia más me queda por hacerle al lector. Y es la de que no preste ni oídos ni crédito a bulos y habladurías, que este alerta para cribar siempre lo que se comenta, con sentido común y una pizca de amor al prójimo.
Al fin y al cabo, no siempre lo peor es cierto, y él mismo puede estar ya en la boca de algún maledicente….

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