Vicente, el señoret

Desde que hemos pasado la época de la abundancia que, como todo el mundo sabe, ya se ha acabado, nos queda el regusto de haber realizado ciertos avances en lo cultural, en lo gastronómico, en el consumo justificado o no y en mil caprichos, poco o nada razonables.

Ahora volveremos a valorar lo importante y distinguirlo de lo urgente, posiblemente llegaremos a sentir que con menos también se puede ser feliz y las cosas pequeñas van a cobrar un valor que habíamos despreciado por el simple hecho de ser pequeñas. Cosas pequeñas como el placer de ver un paisaje cercano, como el de observar las olas romper en el faro de Punta Negra, como comer bien en tu propio pueblo. Por ejemplo, haber aprovechado la oportunidad de pasar por el restaurante La Marina durante su última Semana Gastronómica, que acabó el día 28 de octubre, es una pequeña cosa que muchos hemos disfrutado. Muchos somos los que conocemos a la encargada de recibir al público, Choni, porque es aguileña, algunos menos conocemos a Maurizio, el simpático italiano que regenta el actual restaurante del Club Náutico, pero aún menos conocemos a Vicente, el de Alicante, el orondo cocinero que tan felices nos ha hecho con sus piruetas. Esta Semana Gastronómica se ha salido, el jodío. Nos ha hecho disfrutar con cosas pequeñas, pero concentradas. Siempre he pensado que lo suyo, de natural, son los arroces, por la cuestión de la tierra que le vio nacer y porque resuelve absolutamente todos los arroces con la maestría que un servidor no ha visto ni en la playa de la Malvarrosa.

El viernes, Vicente atendió a mi grupo, el Colectivo CAFE ( Colectivo de Aguileños por un Futuro Esperanzador ) con un arroz negro que pa qué las prisas, pero antes nos había dejado satisfechos con un carpaccio de carabineros en su punto de textura y sabor a mar. Más tarde, nos hizo probar la carne de un caballo joven embravecida con queso azul y, luego, un atún fresco, y rojo, con cinco pimientas. Para postre, nos remató con una tarta de manzana de extraño aspecto pero inigualable sabor. Y las tartas de manzana y los strudel los trabajamos muy bien, no nos la “empatilla” nadie, como decimos en mi pueblo. El sábado, Vicente nos había tentado la oferta de un arroz con rape y cigalas, y allí que fuimos nuevamente. Pero en espera del arroz hubimos de tomar (con gran regocijo y poco esfuerzo) un excelente timbal de ahumados con pasta de nueces y una ensalada de perdiz (que no lechuga) y pularda. Remató la faena, previa a una reparadora siesta, con un exquisito bacalao al que acompañaba, asómbrese el lector, un ali-oli de membrillo. Que a ver a quién se le ocurre que con membrillo se puede hacer un ali-oli ; para mí, que a Vicente y poco más.

Lo cierto es que este cocinero me ha hecho recordar un restaurante de Toledo, en plena judería, donde la especialidad es un menú con platos de las tres culturas: árabe, cristiana y judía. La degustación de aquellas pequeñas cosas es realmente inolvidable, ya que el buen gusto parece dejar una huella permanente en el cerebro. En El Casón de los López de Toledo, se puede uno divertir comiendo bien. Como en La Marina. Pero al doble de precio………….. Hay una filigrana que gusta mucho a mi peña, que es el arroz con sobrasada, fíjese el amable lector en la aparente incongruencia gastronómica ; sin embargo, el señor Vicente, el señoret, la resuelve con una gracia especial. Es un plato chocante, de fuerte sabor, que da una nueva versión de la paella, alejándose de los snobismos y de los restaurantes pijos del centro de Valencia y Alicante.

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