Un negro, y rojo, en la Casa Blanca (II parte)
Izquierdista peligroso comenzaron a llamar a Obama los neocon o, mejor dicho, los ultraneocon y sus adláteres. Es algo que estaba en el guión aunque como anotación a tener en cuenta e introducir si el desarrollo de los acontecimientos así lo aconsejaba. Pero más que un consejo fue una orden taxativa la que impregnó a los temerosos de cualquier cambio; el globo banco comenzó a desinflarse y el globo negro, aupado por bandas de aire de distinta y diversa procedencia, empezó a tomar más altura.
La ortodoxia interna de los nuevos ultraliberales, o neocon, no solamente no le va a pasar por alto el color de su piel. También van a analizar muy detenidamente la procedencia de aquel aire que elevó al globo negro y, con el modus operandi de esta guisa de personajes, entre cada una de esas capas sociales esparcirán el mensaje antiObama y crispante más oportuno. Y lo que hace unas semanas era presumible ya se ha hecho realidad.
Dícen algunos politólogos que Obama, al haber prometido tanto, va a empezar a cosechar defraudados. Y es posible. Los lobbys norteamericanos tienen un poder inimaginable, y de él se valdrán para hacer naufragar cualquier reforma que no cuadre con sus intereses.
Además, este atrevido muchacho se ha encontrado, en palabras del diplomático Máximo Cajal, con una crisis global (¿le suene a alguien aquello de la globalización?) que, no nos engañemos, no tiene precedentes. Vamos, que el sistema, modo o ideología capitalista le ha estallado en las manos.
No es moco de pavo, que decimos por estos pagos, lo que tiene por delante. Pero con no serlo esta crisis del capitalismo -o sea, mundial- y el lastre que le deja su antecesor, no le anda a la zaga el cumplimiento de sus promesas.
Para empezar, Guantánamo. Prometió, y en ello sigue empeñado el afroamericano presidente electo, aunque todavía no instalado en la Casa Blanca, que acabaría con esa afrenta a los Derechos Humanos. Con ello podría Obama contribuir a que acabe de una vez esa interminable etapa que ha arruinado cualquier atisbo de autoridad moral que pudiera haber querido exhibir la superpotencia estadounidense. Y al hilo de esto, si puede ser, a ver si acaba con esa chulería capitalista –o ese capitalismo chulo-, arrogante donde las haya, con el que ha doctrinado Busch a quienes sucumbieron al erotismo de ese poder… Dejémoslo sólo en arrogante.
También se comprometió Obama, y en ello parece estar, a retirar las tropas de Irak, guerra a la que nunca debieron acudir por libre, sin respaldo legal. También eso pudiera ayudarle a recomponer la maltrecha moralidad de de un país que la ha perdido a base de ir metiéndose en charcos.
Además -¡vaya con el negro!, quiere encabezar una nueva etapa de lucha contra el calentamiento siendo su país, como es, el menosprecio personificado a los acuerdos de Kioto.
Con sólo estas tres perlas es lógico que “desde la otra orilla” lo llamen progresista, lo tilden de izquierdista y, casi, lo acusen de filocomunista.
O sea, que negro -o cuando menos, tiznado- tiene Obama el inmediato futuro. Ha llegado al poder en medio de la mayor tempestad que ha sufrido el océano capitalista. Y en casa se encuentra con el lastre y las ataduras que su predecesor, y todavía sheriff del rancho mundial, le ha dejado en herencia con unas cuantas medidas legislativas previas al relevo.
Lo único que tiene a favor –y a lo peor es sólo un efecto más de la crisis- es que la práctica totalidad de la comunidad de naciones está aguardando con esperanza a que este hombre, con el poder que le confiere su estatus, contribuya a que amaine el temporal –no es necesario el milagro de andar sobre las aguas- y, con un poco de suerte, y de voluntad, se redefinan las relaciones internacionales, sobre todo en su aspecto más social.
¿Será capaz Obama de cambiar el mundo o lo cambiará el mundo a él?. ¡Lo tiene tan difícil un negro, y rojo, en la Casa Blanca!. Porque, al fin y al cabo, lo de izquierdista y tal puede tener solución con la tan utilizada ya reconversión; pero el color de la piel…