¿Dónde me abarloo?

Con ningunas ganas de entrar en el debate aburrido, por sobado, de si puertos deportivos sí o no, creo que las necesidades de amarres para barcos deportivos en nuestro pueblo son ya muy evidentes.

Algo más que evidente diría yo, acuciante, casi angustioso. Dentro de que no se trata, obviamente, de una necesidad vital para nadie, sí es una necesidad para que los aguileños distribuyan su tiempo de ocio de un modo más amplio, en el sentido de que cientos de ciudadanos aguileños tienen ya un pequeño barco para salir a disfrutar del mar o de la pesca, otros cientos (muchos más) cuentan con el barco del amigo para divertirse navegando. A casi todos los aguileños nos gusta navegar, al menos, hasta la isla del Fraile, echar el ancla y nadar un rato en las aguas más limpias del Mediterráneo.

Somos gente de la playa, gente a la que no nos gusta alejarnos demasiado del mar, que necesitamos echar una ojeada a la playa, al menos una vez al día. No somos gente de secano que pueden pasar una vida sin acercarse al mar. Tenemos que sentirlo cerca y a muchos de nosotros nos gusta surcarlo, subirnos en sus olas o navegar sobre una mar lisa de las calmas de otoño.

El problema es que luego, a la vuelta a tierra, no tenemos sitio para colocar nuestro barco, por pequeño que sea. El puerto comercial semi-reconvertido en deportivo está a punto de estallar. Algún día un barco saldrá por los aires de lo apretados que ya están amarrados. Están, como todos podéis ver, como piojos en costura, atados a norays que sujetan a duras penas a 6 ó 7 barcos, los veleros de dieciséis metros junto a zodiacs de dos y medio, los de esloras y mangas dispares unidos como si de un puerto de refugio para una gran tempestad se tratara, como amarrados circunstancialmente, por unas horas, para salir del peligro de un levante agresivo.

Pero no, están así todo el puñetero año, mal tratados en su propio medio. Finalmente, acaba uno sacándolo a tierra para que no sufra tantos golpes. En una ciudad como la nuestra un servicio mínimo que espera quien nos visita es uno, dos o tres puertos náuticos decentes, donde se atiendan las necesidades de ese ocio creciente que viene bajando por las costa mediterránea y que en Águilas supone un salto entre los puertos de Murcia y los de Almería, donde hay todavía posibilidades de amarrar con holgura. Pues, como somos así, no sólo no les podemos ofrecer amarres decentes sino que además tampoco los tenemos para nosotros . Se ha llegado a un caótico mercado negro de compra venta de puntos (unidos a barcos de desguace) donde los precios son ya astronómicos. El desprecio que ejercemos hacia la posibilidad de atraer a un turismo náutico se une así a la falta de resolución para que los propios aguileños disfrutemos de nuestra costa. Y no sé el que viene, pero el que está es, mayormente, el currante que le echa muchas horas de trabajo a la semana para intentar disfrutar el fin de semana con su barquico. Es una pena que se tenga que ir a La Cola para echarlo al agua porque no tiene dónde amarrarlo.

Y ya vemos todos cómo se pone aquel recodo cada domingo de remolques para navegar en precario, como también vemos cómo está la bahía de Calabardina en verano, como vemos cómo se ha puesto la bahía de Levante de barcos anclados y al pairo, a lo que venga…..y a llenarse de mierda de gaviotas durante el resto del año.

En fin, que es una cuestión no resuelta que pide a gritos solución, como todos los aguileños sabemos, pero no acabamos de ver.

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