La mitad de la cuadrilla

Dos son multitud. Cuántas veces hemos escuchado esta afirmación. Desde luego, no me podrán negar que invita a la reflexión la frasecica del carajo. Se puede interpretar, a mi modesto entender, de varias maneras.

La primera puede tratar, aunque parezca una paradoja, de lo difícil que está hoy en día el tema de la comunicación. Tranquilos compañeros, que no voy a tratar el tema de los medios de difusión. Ese tema puede ser que lo trate algún día. Algún día que pueda, claro está.

Me refiero a la relación entre parejas, entre amig@s , entre grupos y mucho más entre padres e hijos. Las prisas, el estrés, la ansiedad, pueden ser algunas de las razones. Sin duda, junto con la depresión, la incomunicación es una enfermedad que nació en las postrimerías del siglo XX, problemático y febril que tan certeramente definió Enrique Santos Discépolo en su famoso tango “Cambalache”, y que sigue haciendo de las suyas en el inicio del XXI, que queramos o no, nos toca transitar a todos juntos.

La segunda, más sutil tal vez, nos sugiere que algunas o muchas decisiones las tenemos que tomar nosotros mismos. Es decir, que tenemos que acertar o equivocarnos en soledad. Como decía mi abuelo: “más vale equivocarse uno solo, que se equivoquen otros por uno mismo”.

La tercera y última que se me ocurre, podría referirse a las organizaciones, colectivos o asociaciones. Siempre pasa lo mismo. Pueden ser 10 ó 20, o quizás muchos más. El caso es que son dos, tres o cuatro a lo sumo, las personas a las que les toca tirar del carro. La verdad es que me he preguntado muchas veces, y las que te rondaré morena, del porqué algunas personas se mojan hasta calarse los huesos y otros tienen la habilidad, o el morro, de permanecer más secos que la mojama. Parece que la falta de compromiso brilla por su ausencia, con honrosas y escasas excepciones.

No sé, todavía, por cual de las tres se inclina el lector. Pero les diré por cual se decanta el arriba firmante. Por la primera. Así de claro. Y es que añoro tanto aquellos ratos, sobre todo en verano, donde los vecinos se sentaban a tomar el fresco, a charlar de lo que había pasado durante el día, de sus penas y sus alegrías, de sus inquietudes y de sus incertidumbres. Los niños jugábamos en la calle, libres como el viento y sin el yugo de las vídeo consolas o los móviles. Resulta que entonces si teníamos tiempo. Claro que entonces la televisión era un lujo al alcance de pocos, mientras que ahora nos movemos en una sociedad globalizada y finalmente cazada en una red que teje una araña sin nombre y de infinitas caras.

Sin embargo, no puedo olvidar la que les digo muchas veces a mi amigo Juanito Oliver y algunas otras a Noe, mi compañera de curro: “no te fíes de la mitad de la cuadrilla”.

Y eso, según cuentan, también se lo decía un padre a su hijo, mientras paseaban los dos “más solos que la una” y le ordenó que se tirara por un barranco, a lo que su vástago se negó, como es obvio. Aunque cierto es, que eso es más bien no fiarse uno ni de su sombra que falta de comunicación. ¡Ah, la confianza. ¿Y quién nos podría asegurar que la falta de comunicación no genera desconfianza? Tal vez esa sería la pregunta del millón.
Pero quiero terminar este artículo, que coincide con el cuarenta aniversario del mayo francés, reivindicando la utopía, para la que junto al compromiso, corren malos tiempos. Sirva como homenaje, el recuerdo de una de sus múltiples frases que han pasado a la posteridad: “On achète ton bonheur. Vole-le”. (Están comprando tu felicidad. Róbala). En eso, creo yo, estamos más de uno.

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