Los tiempos del “con-su-mismo”

¡El Rey ha muerto, viva el Rey!
Así se decía en otro tiempo, saludando por encima del óbito real la perpetuación de la institución monárquica. Remedando esta expresión, podemos inventarnos esta otra para saludar con optimismo los apocalípticos tiempos venideros: ¡ el consumismo ha muerto, viva el “con-su-mismo”!.

¿”Con-su-mismo qué?, se preguntará el lector. Pues es bien clara, y como de cajón, la respuesta: “con-su-mismo” coche, “con-sus-mismos” zapatos, “con-su-mismo” abrigo, “con-su-misma” casa, “con-su-misma” televisión o video, etcétera, etcétera.

Y eso aunque el coche sea un cacharro pedorreante y humeante, que frene por el sistema del “talón al suelo” a través de un roto en la carrocería, que requiera la intercesión del Niño del Remedio para pasar la ITV, y en cuyo habitáculo los usuarios se curtan en los rigores del frío extremo o el calor agobiante.

Y eso aunque los zapatos parezcan, vistos por delante, amenazantes fauces de cocodrilo; y eso aunque los abrigos sean de genuina “peau de banane”. Y aunque la casa sea un cubículo de los que aprobaba y promovía la ministra Trujillo, que en paz descanse (como ministra, bien entendido); un cutre habitáculo de esos en que el inodoro se recicla ingeniosamente en fregadero, y el catre empotrado en mesa de comedor; de esos en que las medianerías aseguran la diversión de los vecinos, aunque sea algo complicado conciliar el sueño por la noche.

Y aunque la televisión proporcione imágenes psicodélicas y distorsionadas al modo surrealista, aunque el video sea de los primitivos modelos de manubrio, aunque el móvil sea un zapatófono del “súper agente 86” y el ordenador sea de los de ábacos de bolitas de colorines…

No necesito insistir más, que el inteligente lector ya me capta.
Estamos sin duda al final de un ciclo económico; en las postrimerías de un sistema productivo y social, y de un modelo de Estado mastodóntico e hipertrofiado, del que son vasallos sectores sociales amplios de “manos muertas”, acostumbrados al ganduleo crónico subvencionado.

Un modelo en que la generación de la riqueza real queda constreñida a una clase media asediada por la exigencias siempre crecientes de la burocracia y las normativas y regulaciones incumplibles, esquilmada por las mil cabezas voraces de la Hacienda pública y el Estado, engatusada por bancos y tiburones financieros que la embarcan en ruinosas operaciones crediticias o bursátiles e hipotecas, en tanto que cuando vienen mal dadas, los políticos sólo se preocupan de consolidar a esas mismas entidades, que no dejan, mientras tanto, de obtener beneficios reconocidos, mientras niegan a todo el mundo el pan y la sal que, ayer tan solo, ofertaban tan generosamente…

Mucho me temo que estamos, no ante una crisis estacional incluible dentro del esquema cíclico habitual, sino ante el agotamiento de un modelo económico global irracional, insostenible e injusto. De aquí no nos van a sacar las buenas palabras, y ni siquiera lo intentan ya las del ministro sonámbulo, Solbes, que ha pasado, en apenas tres meses, de negar la crisis a anunciar, con frialdad sobrecogedora, con ese ronroneo suyo tan característico, de gato gordo y bien cebado que sestea junto al fuego, que al Gobierno se le han acabado los recursos para afrontar la crisis, y que en consecuencia, que Dios nos guarde, que nos coja confesados y que sálvese el que pueda…

Así pues, henos de lleno en los tiempos del “con-su-mismo”, máxima genérica nacida del terror puro, que aconseja atesorar bienes y dineros, en espera de carestías y rigores mayores. También, poniéndonos finos, podríamos llamar a esta la era del “vintage”, o, para ser más claros, de las segundas o enésimas manos y las gangas y oportunidades. En breve, quien no se provea exclusivamente de artículos usados y reciclados será tenido por exhibicionista pretencioso y snob insoportable.

Algunas mentes preclaras, como la del ministro Sebastián, han propuesto ingeniosas soluciones paliativas, como la de regalar una bombilla de bajo consumo a cada familia española.

Yo, en mi modestia, me voy a permitir sugerir algunas más que, si no nos sacan del atolladero, al menos colaborarán a atenuar tanta penuria como se avecina.

Para empezar, las concernientes a lo más urgente y necesario: la comida. Acumulamos mucha comida en los frigoríficos y armarios que se pasa de fecha y acaba en la basura. Pues bien, siguiendo la tónica ya vigente de separar basuras, ¿por qué no disponer, junto a los contenedores ya existentes, un contenedor de sobras?

Lo podríamos, de manera políticamente correcta, denominar “el socorro del mileurista”, diseñado para facilitar esa operación de rebuscar en las basuras que tan a menudo vemos, realizada por buenas gentes que no son en absoluto indigentes profesionales, y cuyo número se va a ver drásticamente incrementado en los meses venideros.

En relación con la comida, también hay una posible reeducación ciudadana, para la cual la televisión y los medios propagandísticos disponibles podrían brindar una ayuda inestimable. Nuestro presidente, con su habitual lucidez iluminada, ya se anticipó estas Navidades últimas, al recomendarnos que comiéramos conejo, si el cordero se subía a la estratosfera, y que, si el agua se nos hacía cara, bebiéramos vino.

Pues bien, siguiendo su estela precursora, la televisión oficial del régimen, que por sistema habla de alta cocina y carísimos platos y champagnes en todo los noticiarios (junto con la pasarela, el otro puntal de los mismos) podría pasar a recomendar la oportunidad dietética de, por ejemplo, las gachas de harina de almortas, con sardinas en salazón majadas para darles sustancia, o de las nuevas exquisiteces de la casquería piscícola (tripas de pescado), recomendadas por los grandes chefs. Tampoco vendría mal recuperar las virtudes patrióticas del “día del plato único”.

Igualmente, podrían resucitarse las calidades intimistas de la luz de velas, empleando para ello candiles de aceite doméstico reciclado, en combinación con la bombilla de bajo consumo ya mencionada.

En otro orden de cosas, ¿por qué no recuperar el valor de los antiguos aromas naturales del cuerpo, manteniendo su grasilla protectora, en vez de obstinarnos en eliminarla con esa manía de la ducha diaria, tan onerosa y poco ecológica?

En fin, como verá el lector, no está todo perdido. Ya le seguiré dando buenas recetas próximamente.

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