Un negro, y rojo, en la Casa Blanca (primera parte)

Ahora va a resultar que, desaparecido el bloque comunista que se atrincheró tras el telón de acero, un pululante, trashumante y etéreo rojerío virtual se ha instalado en la Casa Blanca. Y para colmo, personificado en un negro. Bueno, vale, en un hombre de color, no blanco, que tampoco es cuestión de que me acusen de utilizar un vocabulario racista. Además, tampoco es tan negro.

Parecía imposible, impensable, diría yo, que alguna vez llegara a la Presidencia del Gobierno Mundial una persona como Obama, un hombre de color –aunque para la mayoría de la gente sea sólo un negro-, tachado de izquierdista por el neoconservadurismo internacional y, por si fuera poco, por aquello de las connotaciones con Sadam, llamándose Husseín de segundo apellido.

Comenzó a andar revuelto el mundo cuando las encuestas sobre intención de voto empezaron a insinuar que había que tener en cuenta a ese muchacho atrevido que hasta osó enfrentarse en unas primarias a la señora Clinton. A propósito, cuán machista no será el electorado norteamericano que ha preferido antes a un negro antes que a una mujer.

Pero a lo que íbamos. Comenzaron las encuestas, siguieron los augurios y, durante unas pocas semanas, hicieron su agosto los agoreros. Y por agosto, precisamente, dijo Bill Richardson, Gobernador de Nuevo México: “Obama ganará el voto hispano y será presidente”. Claro, que se referiría, digo yo, a un sector del hispanismo estadounidense, porque si por hispanoyanquis tomamos a la colonia cubana de Florida, la cosa nunca debió estar tan clara. Por lo menos, para nadie medianamente avispado.

La idea yacente en este amplio sector, afincado mayoritariamente en Miami, era clara. “Voto republicano –decía una mujer cubana de la zona- porque el otro partido es de línea comunista”. Comprensible si se tiene en cuenta que, al hilo de aquel aserto sobre el color del cristal, las ideas o ideologías son de derechas o de izquierdas, conservadoras o progresistas, azules o rojas, dependiendo de la posición adoptada por quien las adjetiva, califuca o cataloga. Y claro, para la inmensa mayoría de estos cubanoyanquis, cualquier persona alejada de los neocon lleva cuernos y rabo; como pasaba en España –y sigue siendo el adalid de lo que queda de franquismo- con comunistas, socialistas, socialdemócratas o simplemente progresistas.

O sea, que, visto lo visto, en la Casa Blanca se ha instalado un negro rojo. Vamos, que para cualquier indocumentado pudiera parecer que se está habando de póquer y algún afectado por esa trágica enfermedad de la desmemoria reciente, anclado en la sociedad española de los últimos años setenta, podría asociar este vuelco mundial con los colores del movimiento anarcocenetista.

Pero es que, claro, tampoco ayuda a desmentir o, por lo menos, discutir su etiqueta de izquierdista la foto distribuida mundialmente por AFP y en la que aparece Michelle Obama, su esposa, con el puño derecho en alto. Si es que no puede ser; luego no querrán que los acusen de formar parte de un contubernio judeomasónico. Y por si al movimiento neocon le faltaba algo, otra encuesta de una empresa norteamericana concluye que “los medios ayudaron a ganar a Obama”. O sea, que hasta los medios de comunicación USA se han convertido al radicalizquierdismo.

Vamos a ver si nos centramos -y no es un canto a ese pseudoespacio político tan inconsistente como virtual y oportunista-. Está claro, o así lo pensamos la mayoría de quienes conjugamos con frecuencia el verbo pensar, que estas elecciones y su triunfador van a marcar un antes y un después. Parece que pudiera ser de talante progresista, pero nada más rayano en el insulto a la inteligencia que etiquetarlo de izquierdista. (Continuará)

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