La Capilla Sextina

Se pone Barceló a culminar su Capilla Sextina y reinventa el gotelé. Miles de estalactitas apuntan a la clientela de su lupanar. ¡Qué cosa más fea nos ha endiñao el tío!

Y lo peor es que apenas anden Pepi, Luci o menganita bajo el techado de tan pavorosa casa, sin que, sin tomarnos un misero gin-tonic de garrafón, la cuenta asciende a 18,5 millones de euros, propina aparte, total nada.

¡Coño!, pero qué hemos roto, señor barman?
Vale con que nos salga ahora con esa majadera idea del infinito, de que ese punto lejano (el infinito) nos embriaga cuando pisamos el local. O esa otra sensación estúpida de un mar revuelto en olas mágicas.

Estoy de acuerdo de que esos 35.000 kilos de estalactitas no son fáciles de pegar, ¿y esa remodelación la necesitaban los pobres “funcionurios”, todo está bien y son excusas razonables.Pero es que 18,5 millones de euros, de los cuales 500.000 salen de una partida para las ONG, son demasiados eurillos. Un pastón directamente proporcional con el morro que en esta empresa están desarrollando algunos. ¡Como no iba ha estar metido hasta el mismísimo pescuezo, el súper ministro de Exteriores Miguel-Ángel Desatinos!

Una horterada, por mucho que este bodrio artístico contribuya a la “promoción de los derechos humanos y el multilateralismo”. ¿Conocerá esta gente el significado de las palabras verguenza ajena?

Que se lo pregunten a La 2, quienes optaron en colocarnos “La cúpula de Barceló”, en un infecto publirreportaje sobre el “making of” del engendro en cuestión.

Grima me daba ver a Barceló con un mono y máscara cual soldador chumascado.
Calculó mal las medidas y se pasó cuatro meses para dar con los materiales del fresco pintado por otro “fresco”.

El resultado una cúpula de 1400 metros cuadrados, barrida por oolas y estalactitas: un planeta cueva que reúne a los hombres que viajan al futuro. ¡Toma higos, Pepa!

Es una obra de coloridos emocionados por los oles de un artista multicultural, que lo vende como una operación estratégica de imagen internacional ¡Toma más higos, Pepa!

Aunque a mí lo que realmente me gustaría saber es qué piensan hacer los indocumentados burrócratas que curran bajo esta Capilla Sextina de plastilina de colores, con los 90 millones de niños Africanos que viven al borde de la malaria por carecer de una triste mosquitera, y sin gotelé que llevarse a sus cunas.

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