El cine en Lorca durante la guerra y la posguerra
En este reportaje repasamos el cine durante la Guerra Civil y los años posteriores.
El Salón Actualidades cerró en los años de la Guerra Civil, aunque el local permaneció en pie hasta los primeros meses de 1940, cuando fue derribado. En el verano de 1936, el único cine que funcionaba en la ciudad era el Lorca Park. Durante los días inmediatos al levantamiento militar, dicho cine, continuó proyectando regularmente, aunque no se tienen noticias de que se proyectará en el mes de agosto de este año. Algo extraño al tratarse de un cine de verano, pero evidentemente no fue un verano cualquiera.
En otoño de 1936 la guerra ya esta más que en marcha y los bandos claramente divididos por el territorio nacional. Paralelamente las proyecciones en Lorca se reanudan con el ritmo habitual de proyecciones en el único cine cubierto disponible en la ciudad, el veterano teatro de la Plaza Calderón de la Barca, que cambió su nombre a Teatro García Lorca, en memoria del poeta cuya muerte había sido recientemente confirmada.
La situación de nuestra ciudad en el mapa estratégico la convierte en una ciudad de retaguardia, a salvo de las penurias y peligros del combate. Por ello, la ciudad se ve invadida por numerosas personas sin nada concreto que hacer, que se suman a las que ya se habían ido instalando en ella desde comienzos de la década. Mucha gente, deseosa de evadirse de lo que está pasando a su alrededor acudía al cine, que costaba unos 60 céntimos, probablemente la actividad lúdica más barata y eficaz.
Por esto, los años de la Guerra Civil en Lorca son de una enorme actividad en los pocos cines que aún siguen abiertos, uno en invierno y otro en verano. Todos propiedad de Manuel Lorente, por lo menos hasta septiembre de 1937, cuando los obreros de sindicatos de espectáculos piden para si arrendar el Teatro García Lorca, conservándolo hasta el final de la Guerra.
Durante estos años de guerra, la distribución habitual de las películas se ve lógicamente alterada. El país se encuentra dividido en su interior y asilado del exterior, los circuitos de aprovisionamiento de material para exhibir deben ser, por lo tanto, revisados, y sobretodo, aprovechar hasta el agotamiento las películas disponibles en los almacenes.
Ante la gran demanda, todas las películas son pocas, máxime en zonas que, como en la Ciudad del Sol, pueden permitirse dentro de lo que cabe, bastante normalidad. Durante la Guerra llegaron a Lorca películas como “Tres lanceros bengalíes”, con Gary Cooper y Franchet Tone, “La alegre divorciada” con Frech Astaire y Ginger Rogers, la “Fatalidad” con Marlene Dietrich. Incluso film españoles a la cabeza de los cuales están “Currito de la Cruz” y “Morena Clara», con Imperio Argentina. Las dos permanecen durante muchos días en pantalla con un enorme éxito de público y serán proyectadas muchas veces más en los años siguientes, cuando la carencia de nuevos títulos se acentúe realmente.
Tras la Guerra, la afición por el cine crece aún más. Si ya durante la contienda el público lorquino se había volcado con el cine, a partir de ahora los espectadores se contarán, casi, como ciudadanos censados.
Ante la enorme demanda de cine que surge pues en estos días, el local de la empresa Lorente –el Teatro Guerra, que vuelve con su antiguo nombre- se antoja insuficiente para cubrir las expectativas de la gente. Y por este motivo, durantes estos primeros años de la inmediata posguerra, animados por lo que parece un lucrativo mercado, surgen en varias céntricas calles de la ciudad y en algún barrio populoso una serie de pequeños cines, poco más que almacenes cerrados y toscamente habilitados para la función que les espera. Para sentarse, los espectadores disponían de rústicas sillas, las condiciones de proyección eran infames y las interrupciones por cortes o dificultades técnicas, cotidianas. Con todo llevaron cine a un público necesitado de diversión al que, en un principio, no le importaron estos inconvenientes. Los cines de este tipo que existían en Lorca eran el Cine Olimpia, situada en el Ovalo de Santa Paula, el Central Cinema, en la calle Corredera, el Cinema X o Salón Novedades, en la calle Fernando el Santo, y el Gran Cinema, situado en el barrio de San Cristóbal.
Poco a poco estos pequeños cines fueron cerrando sus puertas. Pero es en 1945, cuando es la propia administración la que, seguramente por medio de inspecciones, obliga a todos los establecimientos de este tipo a estar registrados y pagar los correspondientes impuestos. Otro de los motivos que con toda probabilidad llevaron al cierre de estos pequeños locales, y no el menor, fue con toda seguridad la inauguración y apertura el 20 de septiembre de 1942 del Gran Cinema, en la calle Colmenario, por el empresario Manuel Migot Tallo.
El Gran Cinema fue el primer cine moderno que se construyó en Lorca y, podríamos considerar el primer edificio calificable como un verdadero cine. De entrada llama la atención su capacidad: 660 butacas, 110 más en afiteatro y 295 localidades en grada general. Por primera vez también se incluyeron asientos mullidos –excepto en grada general, que era de cemento-. Era un salón sobrio, pero práctico y amplio, con el patio de butacas despejado de columnas o estorbos entre el espectador y la pantalla. Técnicamente presentaba otra importante novedad: la instalación de dos proyectos en la cabina, por lo que los inconvenientes que hasta ahora habían sufrido los lorquinos para seguir el metraje de las películas desaparecieron con su apertura.
El precio de entrada era de 3 pesetas butaca, 2 anfiteatro y 1 general. Su apertura representó todo un acontecimiento en la vida de la ciudad. Las jerarquías y autoridades locales fueron invitadas a su inauguración, en un pase exclusivo para ellos, así como los obreros que habían participado en su construcción y los soldados del Regimiento de Infantería. La película elegida para tan fausto momento fue “Malvaloca” con Amparo Rivelles.
En 1950, Mingot cedió su explotación a la empresa Miñarro-Llamas, que lo habría de conducir, primero como arrendataria y posteriormente, ya sólo empresa Miñarro, como propietaria, hasta el fin de su actividad, 44 años después de su apertura.