Una cita obligada

Aún llego a tiempo. Ya va en buenas la primavera, ya los campos áridos se pueblan de flores amarillas, ya los caminos polvorientos de las Castillas se ven flanqueados por orlas rojo sangre de millones de amapolas celebrando la vida, ya los secarrales se ven invadidos por efímeros océanos verdes recorridos por olas en las que cabalga el viento solano. Aún golpeado por el dolor de la vida y la muerte, su envés necesario, aún herido en el fondo del alma, llego a tiempo.

Todavía no se han fundido en el infinito horizonte sus siluetas, que avanzan lentas, lentas, entre barbechos y rastrojos. Las dos figuras no pueden ser más disímiles, más contrapuestas en su perfil y aplomo, ni estar mejor conjuntadas en su andadura. Sí, lo habéis adivinado. Son ellos, figuras inmemoriales, arquetípicas, de una tierra donde el tiempo corre lento, de una tierra que siempre espera y siempre tiene sed. Son ellos, el caballero eterno, el primer caballero de las Españas, y el único, en verdad. Y tras de él, el eterno escudero, la quintaesencia del hombre de la tierra, del hombre que es tierra con la tierra, el español indiscutible, de ayer, de hoy, de mañana, de nunca, como tal vez nos enseñó a verlo Antonio Machado.

Ambos cabalgan, un rucio desmantelado y señorial el uno; un pollino aventado y cerril el otro. Ambos platican, en un discurso lento, sosegado, plagado de razones que se despliegan en palabras como un gran río caudal solazándose en la llanura.

Y ante ellos se van mostrando los infinitos trampantojos del mundo, mientras el cielo inmutable los refleja, en sus estáticas avalanchas de plata y fulgores.

Es la estampa primordial que alucinó a Doré y a Orson Welles, la estampa arquetípica que nutre y enriquece lo mejor de nuestro imaginario colectivo.

Y es llegado, sin duda, el momento de preguntarnos: ¿quienes son estos dos?
Y todos creemos tener ya la respuesta . Ellos siguen su camino y ante ellos, se despliegan los infinitos trampantojos del mundo. Esa estampa arquetípica nos muestra el modo más sabio de habérnoslas con la mal llamada realidad. Esa que calificará al poco Don Francisco de Quevedo de ”mucha y mala”.

Alonso Quijano o Quijada, o Quesada, que de todos estos modos pudo llamarse, según Cervantes, es un hidalgo pobre y honrado en el otoño de su vida, con esa honestidad metafísica de los viejos hidalgos, de la que en la España de hoy se ha extinguido hasta el recuerdo. Me gusta creer que pudo habitar en Esquivias, donde casó Cervantes con Catalina de Palacios, y que paseó sus ocios austeros con su galgo corredor por las laderas de La Sagra. El maduro hidalgo no conoció el amor, y se sabe llegado tarde a todas las funciones de la vida, que ya dieron comienzo sin esperarle.

El maduro hidalgo tiene el alma serena y lúcida de quien nada espera, pero vive en armonía con su conciencia y con la tierra. Y entonces, como fruto tardío de su cordura, como fruto tardío de su aquilatado conocimiento de los embustes y disimulos de una vida y una sociedad sustentadas en la apariencia y la mentira, en la hipocresía y la crueldad, una vida para la que no cabe redención posible, entonces, surge el gran juego.
El juego que consistirá en deambular en el corazón de esta selva oscura de espejismos y trampantojos con una figura y una identidad inventadas, con una máscara mediante la que dará curso al más libre despliegue de sus cualidades, de su hombría de bien, de su condición noble, de su humana esencia.

Y Alonso Quijano se hará a si mismo Don Quijote, el primero de los existencialistas, el primero el llevar a la práctica, y con más poesía y mejor fortuna que los otros, el principio de que la existencia precede a la esencia.

Y este hidalgo modesto y confinado en su rincón hará la experiencia tardía y maravillosa de la libertad; hará del universo la maravillosa y aventurera metáfora de SU libertad.

Y Sancho, el pobre y oscuro labrantín llamado Sancho, se dejará gradualmente embarcar y poseer por este sabio embrujo orquestado por el hidalgo, transformándose al cabo en el verdadero loco de esta extraordinaria historia, un loco poseído poco a poco por un ideal redentor de grandeza, y que acabará superando con él las pruebas más amargas. España y su historia habitan en el corazón de este hombre…

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